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EGM: autoritario vulgar

Plaza pública

Miguel Ángel Granados Chapa

La vulgaridad con que el gobernador de Jalisco desdeñó a sus críticos no es trivial. Es muestra de una personalidad autoritaria, que demanda acuerdo pleno y descalifica a quien no se lo otorga, y que es riesgosa en quien ejerce poder. Un sicologismo de aficionado diría, además, que mentar la madre (es decir, mencionarla en un contexto ofensivo) tres veces en un ratito, muestra un problema que el confesionario o el sicoanálisis debe atender: Emilio González Márquez mandó a chin... a su madre a quienes repudiaron su donativo de 90 millones de pesos al clero tapatío; dijo que esos reproches “le valían madre”, y con sonrisa complicitaria se ufanó con el cardenal Juan Sandoval del “desmadre que habían armado” con aquella contribución al santuario de los mártires cristeros, en construcción.

Si se tratara sólo de la libertad o de la inverecundia de una persona que dice en voz alta lo primero que le viene a la cabeza, si en vez de ser el gobernador fuera un ciudadano, carecería de sentido detenerse en esa modalidad del cabroñol (el habla de Kamel Nacif y Mario Marín según el lexicógrafo Carlos Monsiváis). Pero los dichos de González Márquez (no borrados por su posterior petición de disculpa) son eslabones de una cadena, son parte de su personalidad política, sintetizan en alguna medida su concepción de sí mismo y de sus gobernados.

Dispone del dinero público como si fuera propio. Ansioso de asegurar su vida terrenal y eterna, destina sus donativos al poder temporal y al divino. Sólo a Televisa entregó el año pasado cien millones de pesos, de los cuales 12 fueron para una telenovela a la que suponemos pretensiones teológicas: Las tontas no van al cielo, y 55 para la promoción llamada Espacio 2007, que se sisaron del monto previsto para desastres naturales. Y anunció la entrega de noventa millones al arzobispado de Guadalajara, para la edificación de aquel templo, dedicado a los mártires cristeros, beatificados en el Vaticano con miras a fortalecer la restauración del poder de la derecha católica.

González Márquez maneja a su arbitrio los recursos que entrega a quienes no los necesitan, sabedor de su impunidad. Es necesario que sepa que se equivoca: a pesar del mayoritario apoyo panista al gobernador, la legislatura local y su órgano de fiscalización están en condiciones de exigirle cuentas y sancionar el abuso que hubiera cometido en el trasiego de partidas presupuestales. Allí hay que poner el acento, en la responsabilidad de un gobernante ante sus ciudadanos y ante los representantes populares, habilitados por la Ley para impedir el uso caprichoso de los recursos públicos, su utilización convenenciera en provecho propio.

Inútil demandar a los ciudadanos ofendidos por la desvergüenza de González Márquez que no se le asemejen en su lenguaje y conducta soez. No está mal que una manifestación sirve de desahogo a sectores agraviados. Pero hay que impregnar de sustancia política y jurídica la impugnación al gobernador. Es pertinente acusarlo de peculado, así en el fuero federal como en el local, o de la figura penal que corresponda. Es sensato intentar el juicio político porque su comportamiento agrede al laicismo, esencia de la Constitución mexicana. Será útil multiplicar las quejas de ciudadanos ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos, cuya recomendación debería consistir en suspender la entrega total del donativo al templo cristero y aun recuperar lo ya aportado.

Aunque es impensable que eso ocurra, en ese punto tendría una palabra que decir el destinatario personal del donativo, el cardenal Salazar. No es un hombre con cuya sensibilidad política debamos contar, pues hemos recibido innumerables muestras de su actuar y hablar atropellados. Pero acaso una cavilación moral le hiciera recapacitar en la impertinencia de que parte del templo cristero se construya con dinero mal habido o mal encauzado. Esperemos que sea capaz de una meditación de ese género, y que no se limite sólo a repetir fórmulas como las que, de sonar sinceras, hubieran escandalizado a quienes conocieron su homilía en la misa ofrecida a los voceadores. En la tradición patrística (y con resonancias a la prédica desesperanzada de Leon Bloy) denunció a los ricos hasta el punto de la generalización que por vaga resulta injusta: citando a san Agustín, aseguró que “el rico es ladrón o hijo de ladrones…porque trabajando nadie se hace rico; si eso sucede, es porque hubo explotación, algún engaño, pagar poco y hacer trabajar mucho… No hay rico, rico, rico que sea honrado, porque trabajando nadie se hace rico, si así uno se hiciera rico, los burros serían los más ricos”.

Si fuera congruente con esa noción, Salazar repudiaría el trato con los magnates tapatíos, o los instaría a que ellos con su propio dinero y no el Gobierno con el ajeno contribuyan a la edificación de un templo que en vez de una proclama a la conciliación humana como debe ser todo recinto religioso sea un germen de discordia, porque frente a los soldados cristeros no hay opiniones unánimes: la Iglesia los juzga mártires y los beatifica, al paso que otros deploran la violencia asesina que algunos no se amilanaron de emplear.

Es preciso atar la mano dadivosa de González Márquez, porque vistas sus preferencias acaso pretenda (si no lo hace ya) financiar a la ultra derecha mexicana. Tal vez a convenir esos términos voló a Cancún a entrevistarse con el presidente Álvaro Uribe, campeón hoy del extremismo de derecha, partidario de la acción directa.

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