El número de abril de este año de la revista National Geographic contiene un sobrecogedor artículo de Paul Salopek sobre el Sahel, la franja llana de territorio que se encuentra entre los confines del desierto del Sahara y el comienzo de las selvas tropicales africanas. Esta región ha sido azotada en décadas recientes por prolongadas sequías, lo que ha trastocado las formas de vida de sus habitantes, que suelen encontrarse entre las poblaciones más miserables de ese continente plagado de calamidades.
Durante su periplo, Salopek fue secuestrado por una banda de paramilitares y luego entregado a la Policía de Sudán, acusado de espía. El relajo que se armó en todo el mundo por ese asunto permitió su liberación, no sin antes pasar dos que tres sustos de padre y señor mío. Como suele ocurrir con los artículos de esa revista, éste contenía datos y visiones asombrosos de un mundo que, para efectos prácticos, constituye otro planeta, otra realidad, para quienes vivimos en un país relativamente civilizado.
(Sí, México es relativamente civilizado; vean a nuestra clase política y saquen conclusiones).
Pero no fueron las formas de vida de esas gentes, ni cómo le arrancan el sustento a una tierra avara e indómita, lo que me dio más ñáñaras. No. Lo que más me impactó del artículo de Salopek fue un dato que suelta al desgaire cuando escribe sobre su visita a Timbuktú. Esta mítica ciudad, hoy en la paupérrima república de Mali, fue durante mucho tiempo un centro de conocimiento y erudición del mundo musulmán. En un momento dado residieron allí 25,000 estudiosos que se chutaban desde tratados de álgebra hasta la poética escrita en el reino nazarí de Granada. Ahora es un lugar desolado y polvoriento. Pero eso sí, mucha gente guarda en sus casas pergaminos y libros antiguos, como prueba de que antes ahí fue “el Oxford del mundo musulmán”. Y al respecto comenta Salopek que un estudio de la ONU revela que sólo 10,000 libros escritos en otras lenguas han sido traducidos al árabe en los últimos 1,200 años. Ese número son los que se traducen al castellano en España cada año.
Casi oí cuando me cayó el veinte en el cerebro. Durante estos últimos 12 siglos, al árabe se han traducido en promedio menos de nueve libros por año. Para efectos prácticos, la civilización árabe (y la musulmana, en gran medida) estaba totalmente aislada del resto de la Humanidad en términos de cultura, generación de conocimientos, comprensión de la naturaleza y crítica de la realidad.
Por tanto, no tiene nada de raro que entiendan tan poco qué es Occidente, cómo pensamos, qué pretendemos, por qué nos movemos como nos movemos. Si fluye tan poca información de aquí para allá, ¿cómo podremos comunicarnos, entendernos, dialogar?
Con otra: en Occidente estamos acostumbrados a conocer y reconocer a los grandes escritores de otras lenguas y países. Uno lee libros de autores rusos, franceses, británicos, italianos, suecos, alemanes, húngaros y, sí, árabes. De esa manera se forma una idea del carácter nacional y la idiosincrasia de quienes no son mexicanos y no hablan castellano e incluso ni cristianos son. Y ése es el primer paso para comprenderlos. ¿Cómo saber qué son los británicos si no se ha leído a D. H. Lawrence o a Agatha Christie? ¿Cómo aproximarse a la honda alma rusa sin leer a Dostoievski? Más aún, ¿cómo ser mejor ser humano sin entrar en contacto con las grandes creaciones del espíritu y el arte, las hayan creado quienes las hayan creado, hablaran la lengua que hablaran?
Por supuesto, hubo un tiempo en que la civilización musulmana podía darse el lujo de no traducir nada fuera de la misma porque pocas cosas valían la pena: en el siglo X, mientras Bagdad y Damasco eran ciudades sofisticadas y ricas, la Europa cristiana se debatía en las tinieblas medievales, con una población fundamentalmente rural y atrasada. En el año 1000 la ciudad más grande e interesante del mundo era Córdoba, en la España mora. De hecho, fue a través de los musulmanes que Europa conoció a Aristóteles… gracias a traducciones del griego al árabe al latín. Los grandes matemáticos eran musulmanes (la palabra álgebra viene del árabe al-jibr: los números. Acuérdense del libro de Baldor). La medicina árabe era muy superior a la europea. Así pues, la civilización musulmana le sacaba la lengua a la cristiana, que se debatía entre la ignorancia y los dogmas religiosos, que reflejaban la creencia en un mundo estático, inmutable e incapaz de ser transformado. Hay quienes aseguran que, de haber seguido con ese paso, los musulmanes podrían haber viajado a la Luna en el siglo XVII o XVIII.
Pero entonces algo pasó: entre los siglos XII y XIII, la civilización musulmana dio un frenón impresionante: prácticamente cesó la generación de nuevos conocimientos. Algunos estudiosos dicen que la culpable, como suele ocurrir, fue la religión. Muchos eruditos musulmanes se molestaban porque empezaban a aparecer datos, procesos, fenómenos, que El Corán no explicaba. Concluyeron que, por tanto, no había por qué seguir inquiriéndolos: todo estaba en El Libro, y no había por qué buscar nada fuera de él. Los clérigos musulmanes se pronunciaron por que se dejara de andarle hurgando los entresijos a la realidad y la naturaleza. Y tan tan. Hasta ahí llegó la ciencia musulmana. Ahí empieza la cerrazón islámica al mundo exterior. De ahí se deriva el escaso interés por ver qué escribían los infieles, como suelen llamar a los no musulmanes.
El problema es que, poco después, entre los siglos XIV y XVIII, esos mismos infieles descubrieron un Nuevo Mundo, le sacaron jugo a la imprenta y retaron precisamente los dogmas no sólo religiosos, sino políticos y sociales, creando la Modernidad. La Ilustración consagró la libertad individual, la igualdad social (y luego entre hombres y mujeres), los derechos políticos y humanos, la tolerancia, el Estado laico: los pilares de nuestro mundo. En el ámbito musulmán (y en el chino y el hindú) todo el asunto les pasó de noche. Como dicen por ahí: no hubo un Voltaire musulmán. Y se nota.
Mientras en el mundo islámico se seguían debatiendo los escritos de siglos atrás, y el conocimiento generado no pasaba de inventar mejores recursos mnemotécnicos para memorizar El Corán, en Occidente se fabricaban barcos de vapor, cañones de acero y se creaban las primeras vacunas. Mientras la división entre lo religioso y lo político se imponía como norma fundamental para crear sociedades tolerantes (cosa que algunos asnos del PAN siguen sin entender), muchas comunidades musulmanas se regían por la Shar’ia, el código legal imbuido en El Corán. Y mientras en Occidente se lograban poco a poco cada vez mayores libertades y más prosperidad, en muchos países musulmanes la mujer sigue siendo prácticamente propiedad de la familia y el clan, y la mayoría de la población se debate en el atraso, la pobreza y la ignorancia.
¿Y saben qué? Mucho me temo que las cosas no van a cambiar… si no se tiene la curiosidad y la humildad y la simple tentación de ver qué piensan los otros, los distintos, los que no son como uno. Pero de a nueve libros por año… como que está difícil.
Consejo no pedido para que le traduzcan su acta de nacimiento al esperanto: Lea la impresionante autobiografía “Infiel”, de Aayan Hirsi Alí, la historia de una mujer interesantísima y lo mucho que le costó desafiar las convenciones. Imprescindible. Provecho.
PD 1: Se acaba la Semana del Museo. ¿Ya visitó uno?
PD 2: ¿Indy CASADO? ¡Qué mundo, Dios mío, qué mundo!
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