Según parece, la opinión pública no puede concebir un malo-malote que no tenga a su lado, o detrás suyo murmurándole al oído, a un consejero siniestro que se mueve en las sombras. Como que no se espera que pueda haber demasiada maldad contenida en un pobre cuerpo humano; de manera que tiene que existir alguien más, un factótum o asesor, que comparta y complemente las dosis de veneno del malvado más poderoso y conocido.
Así, la leyenda de Napoleón Bonaparte es inseparable de la de Fouché, su jefe de Policía y de espionaje, que pasó a la historia como un personaje penumbroso y perverso, que le hacía el trabajo sucio al chaparrón. De la misma manera que Hitler hubiera sido otra cosa, en teoría, sin la colaboración de Heinrich Himmler, el temido jefe de la Gestapo y las SS, quien ordenara la construcción y operación, y hasta inspeccionara personalmente, los campos de exterminio… cosa que Hitler nunca hizo.
Ya que hablamos de monstruos, Stalin se encargó de rodearse de personajes francamente diabólicos para que ejecutaran y encarcelaran a sus millones de víctimas: Iagoda, Yezhov, Beria, sus sucesivos verdugos, son dignos de figurar en cualquier museo de los horrores.
Acá en México, la conseja popular fue durante un tiempo que José Córdoba era la inteligencia oscura del régimen de Carlos Salinas de Gortari. Tal apreciación se ha venido diluyendo desde que el superasesor fue grabado correando melcocha al conversar con una de sus amantes; y cuando venimos percatándonos que en ese sexenio hubo poca inteligencia, oscura, clara o Lagger.
Durante los diez años que duró la Presidencia de Alberto Fujimori en Perú (1990-2000) era sabido que mucho de lo que ocurría en el país andino, especialmente en los entresijos más negros y sucios del poder, corría a cargo de su jefe de Inteligencia, Vladimiro Montesinos. Éste fue el encargado de diseñar la estrategia que le partió el espinazo a Sendero Luminoso… al tiempo que violaba los derechos humanos de muchos peruanos inocentes. A fin de cuentas un videoescándalo lo puso en la cárcel, y Fujimori de plano dijo “patas para qué os quiero”, dejando la Presidencia peruana como sirvienta que no regresa el lunes. De manera inexplicable luego viajó a Chile, donde se encargaron de deportarlo a Perú para que sea juzgado por sus crímenes.
Por el papel que Montesinos jugó en el Fujimorato, y por que se suponía que ambos hombres habían terminado distanciados, se esperaba con excitación y morbo qué diría el detestado Vladimiro como testigo en el juicio del ex presidente. Resultó que exculpó de manera tajante y total a Fujimori, justificó sus acciones, y dejó abruptamente el estrado, como si tuviera algo más importante qué hacer en su celda. Lo interesante es que el hombre en las sombras, el cortesano siniestro, para efectos prácticos se echó toda la culpa. Lo que prueba que hay lealtades y sumisiones sencillamente imposibles de comprender. ¿O habrá gato encerrado? Quizá sobreestimamos los poderes de ese tipo de hombres. Después de todo, pasan su vida sirviendo a amos impredecibles. ¿Qué tan inteligente es eso?