El percance aéreo que sacudió a México la semana pasada podría convertirse –en forma por demás paradójica— en la solución para varios lastres que carga la Administración del presidente Felipe Calderón.
La muerte de Juan Camilo Mouriño en circunstancias sospechosas ha significado un durísimo golpe para Calderón y para su Gobierno, y el trance no será superado hasta que el accidente o atentado quede del todo aclarado.
Para las autoridades las evidencias apuntan a una falla de tipo técnico o humana, pero la voz popular señala, en su mayoría, que el avión Lear Jet fue tirado por un explosivo interno, un artefacto lanzado del exterior o por algún desperfecto provocado.
Las especulaciones en este lamentabilísimo suceso no tienen límite y aumentarán en el número y dimensión en tanto no se llegue a un veredicto confiable y contundente.
Mouriño era el número dos en el rango de autoridad de México y por su cercana amistad con el presidente Calderón ejercía un gran poder. Se le mencionaba para la sucesión presidencial de 2012 a pesar de no reunir todos los requisitos legales.
Pero la llegada de Mouriño a Gobernación, un tanto intempestiva y prematura, complicó las relaciones del Gobierno Federal con varios grupos políticos y económicos.
Mouriño no era bien visto en los círculos panistas tradicionales, tampoco en los partidos de izquierda y a nivel empresarial existían serias reticencias por aquellos controvertidos contratos que realizó entre su familia y Pemex.
En el combate contra la delincuencia Mouriño llevaba mano por su posición, pero los resultados no llegaban, pero sí la desesperanza que invadió al país en los últimos meses.
Días antes del avionazo las especulaciones no se hicieron esperar. Ya se hablaba de la salida de Mouriño en Gobernación, rumores que se intensificaron cuando se supo que su padre era investigado en España por presunto “lavado” de dinero.
Con esta dolida muerte, al presidente Calderón se le facilita enderezar el rumbo básicamente en dos puntos importantes: la negociación política y el combate a la inseguridad.
Es cierto que Mouriño fue pieza clave en varias de las reformas logradas en el Poder Legislativo, pero también es cierto que varias de ellas se quedaron demasiadas cortas.
Con la llegada de Fernando Gómez Mont al Palacio de Bucareli es de esperar que mejoren las cosas gracias al perfil de este personaje.
A diferencia de Mouriño quien era economista, Gómez Mont es un abogado de trayectoria y prestigio con larga experiencia en los medios políticos y judiciales.
Es panista de abolengo lo que facilitará su relación con su partido, además es respetado y hasta temido entre los partidos de Oposición y grupos antagónicos del régimen.
A Calderón le urgía un brazo derecho con mano firme para poder coordinar con inteligencia y eficiencia el programa en contra de la delincuencia organizada.
Al mismo tiempo un funcionario que logre conciliar políticamente a los distintos partidos y corrientes de opinión para poder avanzar en infinidad de temas nacionales pendientes.
Francisco Ramírez Acuña, su primer ministro de Gobernación, llenaba los requisitos, pero no pudo integrarse al círculo íntimo del Presidente. Mouriño trabajó arduamente y contó con el respaldo de Calderón, pero evidentemente la silla era demasiado grande para su corta edad y carrera política.
Además de la violencia desatada que vive México, Gómez Mont enfrentará el proceso electoral de 2009 cuando será renovada la Cámara de Diputados y varias gubernaturas.
El Gobierno de Felipe Calderón y todo México necesitan un Secretario de Gobernación de peso completo. El régimen de Vicente Fox adoleció de esta falla y por ello no pudo concretar reformas estructurales ni políticas.
Gómez Mont tiene madera para desempeñar con éxito estas tareas, queda por ver si las complejas circunstancias se lo permiten.
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