Cuando llegan las instancias definitivas en un torneo, surge la disyuntiva entre el resultado positivo a pesar de las formas y el riesgo que entraña jugar bien aunque se pueda perder.
En nuestro medio, los directivos contratan a un entrenador para que los lleve a la liguilla y con eso consideran salvada la temporada, y si por ahí logran el campeonato, más que mejor, pero el objetivo fundamental sigue siendo la simple llegada a la postemporada.
El director técnico, obrando en consecuencia, exige los jugadores adecuados para conseguir la ansiada calificación pero no se compromete a nada más, a sabiendas que sus patrones quedarán satisfechos con entrar a la llamada “fiesta grande”.
Lo peor es que en muchas ocasiones el público, principal destinatario de este producto llamado futbol, se traga sin chistar la píldora y hasta agradece la cortedad de miras con que las cabezas de su club favorito planean la campaña.
Fruto de todo este mar de medianía es el hecho probado de que existen jugadores que solamente se esfuerzan en determinados partidos, ya por el premio económico o bien por la continuidad en el equipo.
Llega a ser tan cínico el asunto que hasta los medios informativos participan de este abuso cuando a voz en cuello elogian la maniobra de un impostor diciendo: “anotó un golazo, es el gol del contrato”, ¡hágame usted favor!
Por estas razones considero que en México, el formato de la liguilla está rebasado y debe desaparecer. Sé que en un ambiente donde se privilegia lo económico muy por encima de lo deportivo, corro el riesgo de ser acusado de herejía, pero a las pruebas me remito.
Lo que se ha dado en llamar el “torneo regular” es de un nivel tan bajo que lo reto a usted, amable lector, a que me diga tres partidos que le hayan llenado la pupila y queden indelebles en su memoria ya por sus emociones o bien por la calidad exhibida. Seguro estoy que va a batallar.
Los equipos guardan, teóricamente, sus mejores armas para la liguilla, lo que ya presupone una especie de fraude pues en 17 jornadas entregan kilos de a medio pero bueno, ya instalados en la fase final veremos, por fin, futbol. Pero, ¿y los que no calificaron? Habría que demandarlos por omisos, incumplidos y maletas.
El público no llena los estadios en la liguilla como lo hacía antaño porque la especulación en el resultado se ha vuelto moneda de curso corriente en nuestro balompié.
Sin embargo, es de agradecer el esfuerzo por jugar bien al futbol que realizaron en los juegos de ida cuadros como Tecos, Atlante y Santos. Que les alcance o no para llegar a semifinales será producto de las circunstancias propias del juego pero, aun perdiendo, dejarán el buen sabor de boca de hacerlo con respeto y gallardía.
El bienhacer en toda su real dimensión.