A pesar de lo que digan en el programa Hoy Andrea Legarreta, Mirka Valenzuela; y en todos los medios los gastalones promocionales del gobierno legítimamente dudoso (que ha realizado, en un año y cachito, un derroche publicitario mayor al de todo el sexenio foxista); el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) es otra de las muestras del entreguismo gubernamental y del desinterés por la industria agroalimentaria nacional que dudosamente ha traído beneficios.
Si se ve como pato, camina como pato, tiene plumas y se comunica por medio del cuaq, ni cómo negar que es un pato. Lo mismo sucede con las protestas que desde el primero de enero se han suscitado a causa de la entrada en vigor del último capítulo del TLCAN, que quita los aranceles a maíz, frijol y leche en polvo que vienen de América del Norte. Por eso resulta risible que en programas como Hoy y en los promocionales se nos quiera convencer de las bondades que ha traído el TLCAN.
Si nos tomamos la molestia de leer un poco sobre el tema e informarnos, nos daremos cuenta que la dependencia alimenticia actual de México tiene un porcentaje que ronda el 40 por ciento y que con el TLCAN subirá a cerca del 60 por ciento; que la emigración a Estados Unidos ha dejado a poblaciones enteras transformadas en nuevos Comalas de Rulfo (páramos sin pedro por su casa); que en los programas de apoyo al campo siempre son beneficiarios los grandes productores que monopolizan los granos y la producción de lácteos; que los campesinos dedican, ante la falta de opciones para cultivos alimenticios, sus terrenos a la siembra de drogas; que contrario a lo que dice el esbirro de TV Azteca Sergio Sarmiento, a quien leo sólo para asombrarme del nivel de burradas que una persona puede escribir; sin país no hay maíz y sin frijol tampoco; y que no podemos negar que si los asuntos referentes al tratado fueran de un verdadero beneficio, no se hubieran dado los bloqueos en la frontera México Estados Unidos, la marcha campesina desde el norte hacia el Distrito Federal y las amenazas de sacrificar vacas en las aceras del monumento a la Revolución, más lo que se sume en lo que resta del año.
Uno de los detalles que pude observar días después del primero de enero, fue que la naranja, con y sin semilla, se encontraba en “conocido centro comercial” (¿alguien le hará publicidad a los desconocidos?) a un peso el kilo. Asombroso: un peso el kilo. Claro que ante tal oferta la demanda se disparó y las ventas fueron gigantezcas. Seré franco, desconozco el precio anterior de la naranja. Mea culpa; pero hasta el momento en que redacto esto, los precios son de 6.95 pesos el kilo sin semilla y 2.75 con semilla. Precios muy por debajo de las otras frutas que tienen precios entre los 7 y 42 pesos. Como dirían los políticos amantes de destrozar el lenguaje, existe un “sospechosismo” (deberían decir sospechas) en la relación de los precios y las ofertas y el TLCAN. Pero mientras que el salario mínimo aumenta una mentada, el secretario de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA), dice que en México tenemos “mucho corazón” para afrontar la precariedad que el entreguismo traerá. ¿Será que nos está invitando a volvernos caníbales, o a hacer de tripas corazón de nuevo?
A mi humilde parecer la mala decisión de no renegociar el TLCAN es otro de los empujes que unido a la privatización del sector energético impulsada por el mexicano nacido en España, Camilo Muouriño y familia, las reformas Judicial, Tributaria, del Trabajo y las que se acumulen, nos están llevando poco a poco a estallidos sociales y a la desaparición de México como país propiedad de quienes lo habitamos, para convertirlo en una empresa privada, que, como en las empresas, los que tendrán mayores beneficios serán quienes estén encumbrados en los puestos más altos de la política, las empresas y los monopolios. Desde esta humilde columna me sumo a las exigencias de la renegociación del TLCAN. Es urgente.
CODA: y mientras el público sigue picado con la nueva novela de Teidiotiza que reproduce todos los valores de la mexicanidad pintoresca-charra, y de la época de oro del cine mexicano (me bastó ver, en uno de sus primeros capítulos, la copia ramplona de la escena de Nosotros los Pobres, donde muere el “torito”: mismos encuadres, el llanto enloquecido mientras se sostiene el cadáver, la conversación tras la puerta como barrera) la libertad de expresión sigue mermándose y la unificación del pensamiento corre en avalancha. ¿Puede creer que sólo uno de cada diez jóvenes se interesa en la política y en la realidad nacional? Eso sin contar que la gente vive en la ignorancia sobre lo más relevante y que le atañe, sumida en el “así son las cosas, qué le vamos a hacer”.
La verdad yo no veo novelas porque lo que pasa en el país es mi novela, en la que yo como todos, tengo cierta participación. Ojalá que cuando abramos los ojos no sea demasiado tarde, y sí, soy apocalíptico porque vivimos en un estado perpetuo de zozobra: basta ver el asesinado nuestro de cada día en el lecho del río Nazas. Pero eso sí, tendremos la mejor policía del norte del país y las cámaras de vigilancia adornando cada semáforo. Una muestra de la bobería de quienes nos mal gobiernan.
Y ya para acabar ¿por qué no han quitado la decoración navideña en la ciudad? Ya es febrero ¿Le temen nuestros desgobernantes al año nuevo, a enfrentar la realidad; o quieren que tengamos la percepción inconsciente de que seguimos de fiesta? Piense en ello.
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