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El Calavera

Jaque mate

Sergio Sarmiento

“Muere el sol / muere la luna / pero enfrente de su muerte / no muere la calavera”.

Alejandro Aura

Muerte y risa. Eso era para mí Alejandro Aura. Su rostro delgado, marcado por heridas de acné o de alguna enfermedad infantil, era como una calavera. Su sentido del humor, inclinado siempre hacia lo negro, subrayaba esa imagen grabada en mi memoria.

No creo que nadie pueda cuestionarme. Mi primer contacto con Aura fue como espectador. En los años ochenta vi su Salón Calavera, esa obra musical en que la muerte y la risa se trenzan en un baile erótico y dramático. Cuando lo conocí personalmente años después —si no mal recuerdo en el Hijo del Cuervo, el antro intelectual que puso en la plaza de Coyoacán con Carmen Boullosa, su compañera de 20 años— me era ya imposible disociar su rostro de la obra.

No fui amigo cercano de Alejandro Aura… y lo lamento, porque cada vez que estuve con él lo escuché decir cosas inteligentes o lo vi llevar a cabo acciones admirables. Lo recuerdo cuando en 1993 se unió al equipo de (ba)voceadores de Germán Dehesa y salió a las calles a vender ejemplares del naciente Reforma para superar el boicot de la Unión de Voceadores, que en ese entonces tenía un dañino monopolio sobre la venta de periódicos en la Ciudad de México.

Más tarde, durante el Gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas, fue director del Instituto de Cultura del Distrito Federal. No debe haber sido fácil para este espíritu libre e irreverente operar en el marco asfixiante de una estructura burocrática, pero él se entregó a la tarea con entusiasmo y alegría.

A Aura le tocó construir el instituto y convertirlo en un pilar de la vigorosa vida cultural de la Ciudad de México. Fue el primero en llevar conciertos al Zócalo, pero también “libroclubes” a las zonas más pobres de la ciudad.

Por nombramiento de Jorge Castañeda, Aura partió a España en 2001 para ser director del Instituto Mexicano de Cultura en Madrid. Ahí permaneció, una vez concluido su encargo, anclado por un nuevo amor, Milagros, quien estuvo con él hasta el final. En uno de sus últimos blogs, “El domingo del perdón”, fechado el 27 de julio, Aura se describió a sí mismo agobiado por “un malestar profundo por dentro y por fuera, dolores, incomodidades, tensiones, tristeza (mucha), desesperanza, y todo se juntó en un haz de porquería de comportamiento que hizo sufrir mucho a Milagros porque la pobre no sabía qué hacer, cómo contentarme, cómo ayudarme a encontrar algún alivio. Hoy le pido perdón por escrito, porque me cae que no se lo merece”.

El miércoles 30 de julio, un Alejandro más plácido escribió “Despedida”: “Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta, pedir los abrigos y marcharnos… se quedarán los demás, que cada vez son otros y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue, también el hueco de nuestra imaginación se queda para que entre todos se encarguen de llenarlo… ¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres, allí donde las gacelas saltan con las grupas carnosas esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra, eternamente? Así es el cielo al que aspiro… Nos vamos. Hago una caravana a las personas que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós”.

Esa misma tarde de miércoles tenía yo programada una entrevista con Carmen Boullosa, quien está presentando La virgen y el violín, una fascinante novela, mitad historia y mitad ficción, sobre la pintora renacentista Sofonisba Anguissola. En vez de cancelar, como temí, llegó puntual y hablamos del libro. Me dijo, de hecho, que la entrevista le había servido para distraer su mente. Pero el viejo calavera surgió inevitable en nuestra plática una vez que las cámaras se apagaron. Un día después leo en el blog de Carmen su propia y personal despedida: “Fue un cocinero maravilloso, y bailaba como un ángel… Me tocó de todo con él, pero las buenas son las que conservo”.

“Tallada en el retiro de tus ojos está la muerte, guardando para mí promesas imposible…” canta un trío en Salón Calavera. La obra nos coloca en medio de un cabaret en el que confluye el abuso, el machismo y la corrupción sindical. “Salón Calavera –dice el animador, un personaje que a mí me tocó ver protagonizado por el propio Aura— ha visto el fondo de las ánimas solitarias y dolientes...”.

Al final un grupo de clientes son echados del antro, pero regresan para prenderle fuego. No hay salida por ningún lado. El público, consciente del incendio años antes de Terraza Casino por un cliente a quien le cobraron de más, sabe que el fuego es sentencia de muerte. El animador, sin embargo, ofrece una reflexión que da sentido a la tragedia: “El que tiene amor rebasa el sueño de los justos”.

Un cuarto de siglo después, la muerte finalmente alcanza a ese animador con rostro de calavera, quien hace como siempre una gran salida y nos recuerda que en algún momento hay que “cerrar la puerta, pedir los abrigos y marcharnos”.

UN MINUTO DE APLAUSOS

Escritor y hombre incansable, Víctor Hugo Rascón Banda luchó “como gato boca arriba” durante 12 años contra la leucemia. En su libro ¿Por qué a mí?, narró esta lucha en un momento en que pensó haber ganado. Todavía hace un mes, el 27 de junio, ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua. Ayer, un lector llamado Andy dejó en la página de Internet de Reforma estas palabras: “Un minuto de aplausos para este talentoso hombre que deja un enorme vacío en el ámbito teatral y entre los grandes escritores mexicanos”.

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