La Declaración del G 20 en Washington el domingo pasado es un monumental mea culpa que Estados Unidos le debía al mundo.
En palabras cuidadosamente matizadas el documento firmado por 24 jefes de Estado expresó con diplomática delicadeza que “algunas economías avanzadas” no “apreciaron adecuadamente ni contrarrestaron los riesgos que se estaban acumulando en los mercados financieros”.
Pero la extrema gravedad de la crisis no podía ocultarse y los urgentemente convocados aprobaron, en su sesión de un solo día, una serie de compromisos a realizar que incluye una vasta gama de reformas en las instituciones y las prácticas financieras del mundo entero a fin de evitar que nunca jamás vuelva a suceder una caída de iguales dimensiones.
Las medidas habrán de ceñirse, empero, al dogma del libre mercado y sus corolarios que son, según reza el texto de la Declaración “...la primacía de la ley, el respeto a la propiedad privada, la apertura al comercio y a las inversiones, los mercados competitivos y, finalmente, los sistemas financieros eficientemente regulados”.
Todos los presidentes ahí reunidos, incluyendo el nuestro, enfatizaron la “crítica importancia de rechazar el proteccionismo”. Se amonestaron sobre el peligro de reaccionar a la inseguridad financiera encerrando sus economías en sí mismas y se comprometieron a no alzar barreras a la inversión o al comercio de bienes y servicios. En cuanto a la Organización Mundial de Comercio, apoyarán una pronta finalización “exitosa y equilibrada”, de las negociaciones Doha.
El centro de la preocupación estaba en la necesidad de emprender la reestructuración de las instituciones financieras internacionales creadas en Bretton Woods y que han venido rigiendo el comportamiento de las finanzas internacionales. Las operaciones privadas, que crecieron desmedidamente desde entonces, habían quedado fuera de su ámbito y, dislocadas, ahora emergieron como monstruos devastadores de la economía mundial.
El repentino despertar que significó la crisis hipotecaria norteamericana detonó la inesperada Conferencia en Washington ideada por el presidente Sarkozi y convocada por el presidente Bush.
A México no le ha tocado sufrir el grueso del desastre financiero norteamericano. Un manejo conservador que desde hace varios años han seguido el Banco de México y la Secretaría de Hacienda, mitigaron los efectos en el sistema bancario de la quiebra en Estados Unidos. Aquí estamos resintiendo la fuerte recesión en la economía de los Estados Unidos acompañada de la inflación proveniente de alzas en los precios de energéticos y alimentos importados.
¿Qué hay que hacer en México frente a este doble golpe económico tan inesperado del que no tenemos culpa alguna?
En primer lugar debemos aplicar sin temor fuertes medidas anticíclicas que levanten el poder adquisitivo de la población más golpeada por la crisis. Las acciones de los gobiernos estatales deben atraer inversiones en infraestructuras asegurándose de que sean efectivas y productoras a corto y mediano plazo. Habrá que aumentar gastos sociales para reforzar la demanda interna para productos y servicios mexicanos.
Hay que apoyar a la agricultura pequeña para liberar al campo de las deudas familiares, aumentar la capacidad económica rural y frenar la migración interna hacia las ciudades. Deben retomarse los programas de polos de desarrollo que se emprendieron en el pasado y apoyar la consolidación de ciudades de pequeña y mediana dimensión. Hay que limitar la salida de divisas por concepto de importaciones innecesarias como son los bienes suntuarios y los que compiten con productos nacionales. Para ello, se debe proteger un sano nivel de nuestra reserva monetaria que, como se ha visto en las últimas semanas, ha sido un recurso indispensable para defender la paridad del peso ante esporádicos embates especulativos.
México no tiene culpa alguna de la debacle del sistema financiero internacional provocado, como recientemente lo ha señalado Mijail Gorbachov, por una completa falta de ética en los manejos financieros norteamericanos donde no hubo ni instrumentos, ni intención de regular los desmanes inmorales que perjudicaron al mundo entero.
Si la breve reunión del G 20 no tuvo la pujanza de otras conferencias internacionales, sí marcó el fin del dólar como moneda de transacciones interbancarias y, esperamos, el final de la era del consumismo irrestricto.
Los países “emergentes” estamos llamados a sacar adelante la economía mundial. Con el potencial de nuestros mercados a nosotros toca emprender nuestro propio camino. El sistema social de mercado puede ser el rumbo correcto. A este respecto, uno de los programas más importantes que debemos emprender en México es el de las pequeñas unidades y cooperativas de ahorro.
Hoy más que nunca es anacrónico seguir creyendo que lo que es bueno para la empresa lo es también para la Nación.
Coyoacán, noviembre de 2008.
juliofelipefaesler@yahoo.com