Hoy quiero comentar con usted, amable lector, una noticia publicada el fin de semana en torno al proceso judicial que se sigue en contra de O.J. Simpson y un par de cómplices en los Estados Unidos.
Particularmente, no soy seguidor de los encabezados sensacionalistas y creo que, para crímenes y ejecuciones, con la tragicómica guerra del Estado Mexicano frente a la llamada “delincuencia organizada”, ya tenemos suficiente.
Lo que sucede es que a este sujeto le profeso una especial antipatía y no precisamente por su carrera deportiva con los Bills de Buffalo, equipo que en su época era de malo para atrás, sino por haberse valido de su fama para cometer un abyecto asesinato y, apoyándose de un sistema de justicia tan corruptible como lo puede ser el hombre, ser declarado inocente.
OJ se retiró de los emparrillados como todo un estrella, dejando records importantes, sano y con una sólida economía pero con un detalle: no supo permanecer alejado de los reflectores.
Así, inició una “carrera artística” con papeles mediocres en películas y programas de televisión de una calidad tal, que harían ruborizar a algunas series nacionales de lamentable contenido, y ahí empezó su debacle.
Se casó con Nicole Brown y posteriormente, se dice que por problemas con la explosividad del carácter del ex atleta, iniciaron trámites para divorciarse. A principios de junio de 1994, Nicole Brown y su amigo Ronald Goldman fueron asesinados en la casa de la mujer, y todas las pistas apuntaban hacia una sola persona, sí, adivinó usted, O.J. Simpson.
El 17 de junio, tras una persecución que duró más de doce horas y que fue puntualmente reseñada por las cámaras de la televisión estadounidense, el astro en retiro fue arrestado y, oficialmente, sometido a juicio acusado de ambos crímenes.
Tras un largo proceso que lo dejó en la ruina y valiéndose de argucias legaloides, como aquella donde se probó que el guante ensangrentado de Simpson fue “sembrado” por un inexperto policía en la jardinera que rodeaba la casa de Nicole Brown, fue declarado inocente. Pero como dice el refrán: “el cartero siempre llama dos veces”; O.J. volvió a delinquir, y esta vez parece que la justicia, aunque tardía, le hará pagar el precio de su osadía.
No hay comparación entre el asesinato perpetrado por este gorila, a capitanear una banda de malandrines de medio pelo que hurtaron sus recuerdos a un coleccionista, pero el hecho es que Simpson es un criminal y ahora pasará sus días purgando una condena de cadena perpetua.
Quizá de esta manera me devolverá el tiempo perdido buscando en Chicago la reseña del juego inaugural de la Copa del Mundo, Alemania vs Bolivia, mientras la persecución de su camioneta blanca ocupaba todos los canales aquel 17 de junio de 1994 y Nicole Brown pueda descansar en paz.