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Francisco Amparán

De por qué la gripe da en invierno

En este mundo globalizado, en el que cada tres o cuatro años se duplica la información conocida (lo que antes tomaba siglos), pareciera que ya no hay misterios significativos, cosas nuevas qué descubrir, grandes secretos celosamente ocultos por la naturaleza. Pero no, da la casualidad que no. Todavía hay fenómenos, sucesos, eventos, cuyas causas y desarrollo siguen desafiando nuestra comprensión. Algunos son bastante complejos y le interesan sólo a un puñado de especialistas, como por ejemplo qué rayos son los agujeros negros interestelares. Otros son más cotidianos, pero poco angustiantes: ¿qué es realmente, como funciona exactamente, la electricidad? (Y no me salgan con lo del movimiento de los electrones y los huecos, que ésa no me la tragué ni en prepa…). Y hay otros misterios que, pese a lo aparentemente sencillo de su ámbito y contexto, suelen ser huesos muy duros de roer.

Y uno de esos misterios ha sido recientemente develado: ¿por qué la gripe es más prevalente y extendida en invierno que en otras estaciones?

Lo que pudiera parecer una perogrullada, pero que ha mantenido rascándose la cabeza a generaciones y generaciones de científicos… hasta hace unos días. Que a más gente le da gripa, y con mayor frecuencia, en la temporada fría, es un fenómeno clara y perfectamente observable. El porqué realmente ocurría ello, era una de esas cuestiones que ponen a la ciencia en difíciles y bochornosos predicamentos.

La respuesta más usual era que el frío facilita el contraer la enfermedad. ¿Cómo? Ah, quién sabe. ¿Y por qué los esquimales (perdón: los inuit, como insisten en que los llamemos) de Alaska y Canadá, que viven en el invierno perpetuo, no se enferman más que quienes habitamos a orillas del Bolsón de Mapimí? Ah, pues quién sabe tampoco.

Otros proponían que en invierno bajan las defensas del organismo, de manera que resultaba más factible el contagio. Sí, pero, ¿por qué nada más de gripe y no de otras enfermedades contagiosas? Si el problema es la baja de defensas, como que la cosa debería de ser pareja, ¿no?

Pues bien, resulta que un grupo de investigadores norteamericanos, echando mano de cierta información que databa de 1919, en tiempos de la gran epidemia mundial de influenza española, llegaron a una respuesta: el virus de la gripe dura más tiempo en el medio ambiente si éste es seco y frío. Mientras más seco y más frío (como ocurre en el invierno), el virus puede sobrevivir fuera de un organismo hasta días enteros. Y por tanto, tendrá más chance de infectar a más gente.

Tan tan. Así de simple. Por qué a nadie se le había ocurrido pensar (y experimentar para ver si era cierto) algo tan sencillo en apariencia, no viene sino a confirmar que no todo ha sido pensado; que siempre hay cosas nuevas por descubrir… y que nunca está de más andar leyendo informes viejos.

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