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El Comentario de hoy

Francisco Amparán

Desempolven por ahí una vieja enciclopedia o un añejo libro de texto de historia y consulten un mapa de Europa de hace cien años. No que el mapa tenga un siglo, sino que refleje cómo estaban las fronteras en el Viejo Continente hace diez décadas. Y luego procedan a contar los países que existían entonces. Según yo, y a ojo de buen cubero, eran 22. Pues bien, pulsen el fast-forward a 2008, chéquense un mapa actual, y contarán algo así como 40. Eso fue lo que el convulso siglo XX le trajo a Europa: el fraccionamiento de los grandes imperios, el surgimiento de nuevos países, la creación de un rompecabezas de paisitos y paisotes que han de hacer que los niños tengan pesadillas memorizando nombres de capitales. Si es que las huestes de Elba Esther se ocupan de tan incómodos menesteres, situación por lo menos dudosa.

El caso es que, como si no hubiera ya suficientes países en Europa, en estos días quizá veamos el nacimiento de otro. Y es que Kósovo, la provincia de Serbia que sirvió de escenario para la última guerra en Europa allá en 1999, pretende declarar su independencia en breve tiempo.

Kósovo es una de esas bromas siniestras de la historia, uno de esos vetustos errores del pasado que quedan sin corregirse durante décadas y décadas.

En 1912 las jóvenes, agresivas y cholezcas naciones recién nacidas en los Balcanes se lanzaron contra el Imperio Otomano, su antiguo opresor, y prácticamente lo expulsaron de Europa. A la hora de repartirse los despojos, las grandes potencias intervinieron dando de manotazos. Y acordaron la creación de un nuevo país, Albania. Lo que tenía cierta lógica: los albaneses tienen un idioma distinto al de sus vecinos, y son mayoritariamente musulmanes. El problema es que Kósovo, un territorio con una población 90% albanesa, le fue cedida a Serbia. ¿Por qué? Pus nomás, pus nomás, como diría Clavillazo.

Más de ochenta y cinco años después, en 1999, Kósovo seguía siendo propiedad de Serbia, luego que la antigua Yugoslavia se hizo pedazos. Entonces los kosovares pensaron que había llegado el momento para zafarse de tan indeseada tutela. El problema fue que los serbios no sólo intentaron impedirlo, sino que recurrieron a métodos particularmente brutales… incluso lo que se da en llamar limpieza étnica. La OTAN, que estaba harta de recibir críticas por su anterior inacción en esa zona, tomó cartas en el asunto: mediante una rápida campaña de bombardeo aéreo, obligó a Serbia a retirarse, y Kósovo quedó como una especie de protectorado euroamericano.

Y ahora el recién electo Gobierno de Kósovo anda coqueteando con la idea de la independencia. Lo cual es bien visto por una parte de la comunidad internacional. Pero, como suele ocurrir, hay quienes tienen otras ideas. Y las cosas podrían ponerse muy, pero muy feas. Sobre lo que comentaremos el día de mañana.

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