Bután: la sensatez como política de Gobierno
Para variar y sí perder la costumbre, hoy comentaremos una noticia positiva. Qué digo positiva: hasta optimista. Y es que esta semana tuvieron lugar las primeras elecciones democráticas, libres y abiertas en la historia de Bután.
“¿Y eso qué es?”, podrían cuestionar los más destanteados de mis lectores, quizá pensando que se trata de alguna compañía de gas. Bueno, Bután es un pequeño reino enclavado en los Himalayas, entre China y la India. Hasta hace poco era una monarquía absoluta en el sentido más puro del término: el rey hacía y deshacía a su antojo.
Lo cual no viene siendo tan malo si el monarca es un tipo moderado y sensato. Digo, al menos así se ahorran a especímenes como Fernández Noroña. En el caso de Bután, además, hablamos de un rey con mucho seso debajo de la corona.
Jigme Singye Wangchuck ascendió al trono de Bután en 1972, a los dieciséis años de edad. El entonces jovenazo comprendió con gran rapidez que, si iba a impedir que su país desapareciera como reino independiente, tenía que seguir una estrategia en tres pasos: cimentar y defender su identidad cultural budista; sacarlo de su milenario atraso, introduciéndolo al mundo moderno; y hacer esto de manera inteligente y gradual, para que lo segundo no diera al traste con lo primero.
Wangchuck comprendió que los modelos de desarrollo aplicados al llamado Tercer Mundo solían tener efectos perversos en términos no sólo de identidad cultural y nacional; sino también en el medio ambiente y la mismísima prosperidad de la gente. Pensó, y pensó bien, que lo que servía (o dizque servía) en África o Latinoamérica, no tenía por qué hacerlo en un minúsculo y montañoso Shangri La budista. Así que decidió desarrollar a Bután de acuerdo con su muy particular manera de ver las cosas.
Aprovechando que sus poderes eran absolutos, decidió que no se seguiría el mismo camino que otros países pobres; y que en vez de perseguir a toda costa el crecimiento del Producto Nacional Bruto, lo que Bután buscaría sería el aumento de ¡la Felicidad Nacional Bruta! La medición de ese índice, y el cómo hacerlo subir, fueron ideas del mismo Wangchuck. Y parece que la movida le ha salido bien. En lugar de buscar bienes materiales y más canales de televisión, se pretende que la gente coma mejor, visite más familiares, esté más contenta con lo que tiene. Para medir el alcance del experimento de Wangchuck, basta ver que la mayoría de la población sencillamente lo adora. Tanto, que algunos butaneses estaban tristes porque el rey iba ceder el poder, por primera vez en la historia, a un Gobierno escogido en las urnas. Y eso que ni siquiera saben de lo que ocurre en San Lázaro y Xicoténcatl…
Total, que en este mundo matraca de repente hay buenas noticias. Y gente con imaginación que ve más allá de sus narices… y del materialismo y grisura de los números y cifras. Bien por Su Majestad Wangchuck.