Las asignaturas pendientes
(desde 1810) (II)
Decíamos ayer que, si nos poníamos a pensar (aunque eso es muy penoso; mejor pasar horas esperando que llegue el río), es muy poco lo que hay que festejar por estos días. Se obtuvo la independencia, sí… y perdimos la mitad del territorio, no hemos organizado un Estado funcional hasta la fecha y los pobres siguen siendo una mayoría de la población.
Muchos de los problemas que seguimos padeciendo a principios del Siglo XXI los venimos arrastrando desde fines del XVIII. Y no hemos tenido la capacidad, la visión ni la valentía para enfrentarlos y corregirlos. En eso deberíamos de meditar en estos días: en las asignaturas que seguimos teniendo pendientes como nación y como Estado.
Von Humboldt y otros viajeros de aquellos tiempos se sorprendían de las enormes disparidades que se podían ver cotidianamente en Nueva España: junto al lujo y las riquezas más espléndidas, la miseria más abyecta. Al lado del esplendor de las obras de Tolsá, indios semidesnudos que seguían viviendo en el Paleolítico. Y lo que más sorprendía a aquellos testigos era que semejante situación era considerada perfectamente normal. Nadie se avergonzaba ni alarmaba por la miseria existente en la Ciudad de los Palacios. ¿Y saben qué? Hoy las cosas están exactamente igual. En un semáforo de Torreón pueden coincidir un automóvil que vale lo que un pobre no ganará en toda su vida, y una persona que mendiga para sobrevivir, analfabeta y sin ningún oficio. Y ello ni siquiera nos incomoda: es parte del paisaje urbano… como los inmensos contrastes lo eran en 1810.
Los criollos de aquellos tiempos se quejaban de los monopolios de los peninsulares, que limitaban la competencia, encarecían los productos y obstruían la movilidad social. Ahora seguimos en las mismas: los monopolios (o casi) en muchas áreas siguen aplastando la iniciativa y la competitividad. Peor aún, hoy en día los monopolios se han convertido en vacas sagradas, intocables. Sólo que ahora no los manejan y explotan personas venidas del otro lado del Atlántico, sino gángsters sindicales como Romero Deschamps. Y lo peor es que nos dicen que ese negocio es de nosotros. Al menos en el Siglo XIX no se hacían ilusiones.
Cuando Hidalgo gritó “¡Muera el mal gobierno!” no se refería al de España (dado que no había gobierno legítimo en la península) sino al de la camarilla que controlaba al Virrey y la Audiencia. ¿Y hoy? Alimañas como Ulises Ruiz y Mario Marín pasean sus vergüenzas sin ningún recato, y son más intocables que los parianeros de 1810. ¿En qué país independiente decente se permitiría que esos tipos gobernaran a nadie? En ninguno que se considere, precisamente, decente.
Pero no se agüiten. Disfruten el desfile.