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El Contraste

Cecilia Lavalle

Dos caras de una moneda. El contraste. La alegría y la esperanza. La tristeza y la desolación. Dos realidades en un mismo martes, en un mismo continente.

Al vecindario del Norte le tocó el lado de la esperanza. “Sí se puede” gritó, murmuró, rezó, contagió y, contra todos los pronósticos iniciales: Sí se pudo. Es la perfecta definición de la esperanza.

Especialistas en el tema reflexionan, analizan, desmenuzan lo que se conoce como el fenómeno Obama. Buscan razones concretas para explicarnos cómo se logró lo impensable, lo improbable, lo inconcebible.

Que si es un gran orador, que si utilizó estrategias novedosas, que si Internet fue la clave, que si es un hombre brillante y claridoso, que si tiene una esposa brillante y claridosa, que si la crisis económica lo catapultó, que si su historia personal lo catapultó, que si la historia de su esposa lo catapultó, que si…

Lo cierto es que quedé fascinada por los rostros de esperanza que vi el 4 de noviembre tras el triunfo de Barack Obama a la Presidencia de Estados Unidos.

Mujeres, hombres, jóvenes, ancianas, adultos, con piel de color negro, blanco, moreno; el mosaico era variado, pero el rostro de la esperanza era casi místico.

En cambio aquí, en nuestro lado de la moneda, hace rato que la desesperanza se pasea, la falta de fe empieza a ser agobiante y el miedo se ha vuelto sentimiento cotidiano para millones de compatriotas.

En ese ambiente se cayó el avión en el que viajaban dos funcionarios de altísimo nivel del Gobierno mexicano: Juan Camilo Mouriño y José Luis Santiago Vasconcelos. Murieron ellos y siete personas más entre colaboradores y tripulación, además de un número indeterminado de personas que transitaban por donde se estrelló el avión.

La noticia consternó al país. Y no porque los funcionarios fueran particularmente queridos por la población en general. Nuestra clase política no suele generar ni afectos ni aplausos entre la gente de a pie. Sino por lo que representaban.

El señor Mouriño era el amigo más cercano al presidente de la República y la figura más sobresaliente de su partido para sucederlo. El señor Vasconcelos fue el zar antidrogas el sexenio pasado y, aunque ahora ocupaba un cargo menor, su nombre estaba en el ojo del huracán porque justo la semana pasada habían sido detenidos altos funcionarios de la dependencia que presidió Vasconcelos, acusados de colaborar con los cárteles del narcotráfico.

En un contexto de lucha contra el narcotráfico en el que suman más los asesinatos que las detenciones, estas muertes duelen en el círculo cercano al Gobierno y asustan en el círculo lejano de la población.

No se acababa de consumir el fuego que provocó la caída del avión, y el secretario de Comunicación y Transportes, Luis Tellez se apresuraba a decir públicamente que todo indicaba que había sido un accidente porque los restos estaban esparcidos en un escaso diámetro. ¡Como si un atentado sólo pudiera ser causado por una explosión! ¡Como si un atentado no pudiera contemplar el desperfecto provocado de una aeronave!

La celeridad y la insistencia con la que Tellez habla de un accidente provocan en la población el efecto contrario que, supongo, se busca.

Porque, al lenguaje oral se contrapone el lenguaje simbólico. Hablan de accidente, pero se reúne en pleno el Gabinete de seguridad. Hablan de accidente, pero el presidente hace un llamado a sus colaboradores “a trabajar unidos sin doblegarnos”. Hablan de accidente, pero el presidente invita a la población a que “ningún acontecimiento por doloroso y difícil que sea nos haga desfallecer en nuestro anhelo de tener un México mejor”. Hablan de accidente, pero se les rinde honores fúnebres como si se tratara de soldados muertos en combate.

Lo peor de todo es que, aunque en verdad haya sido un accidente, estamos tan acostumbrados a que el Gobierno mienta, oculte, simule; a que el Gobierno nos diga la “verdad oficial”, que el grueso de la población no les creerá. Ésa es la perfecta definición de nuestra desesperanza.

Dos caras de una moneda. Dos realidades en un mismo martes.

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com

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