A dos políticos panistas se les reconoce como los herederos naturales del legado de Carlos Castillo Peraza: uno es Felipe Calderón, otro Germán Martínez. Uno preside el Gobierno, otro al partido en el Gobierno. Instancias, ambas, fundamentales en la promoción y el desarrollo de una cultura democrática que, sin haberse consolidado, amenaza con desmoronarse.
De acuerdo con Carlos Castillo a “la victoria cultural” de Acción Nacional debería seguir la victoria electoral y, de esta última –sin entrar a cuestionar sus términos–, los beneficiarios fueron Calderón y Martínez.
El concepto de “la victoria cultural” lo acuñó Carlos Castillo Peraza en un momento particularmente difícil. Cuando la falta de legitimidad de otro Carlos –éste Salinas de Gortari– requería del apoyo panista y esa fuerza supo, a cambio del respaldo, colocar su agenda y sus postulados entre las prioridades de un Gobierno de origen tricolor. A las críticas del “concertacesionismo”, Carlos Castillo replicaba con la idea de “la victoria cultural” y la de un gradualismo democrático que, a la postre, debería concretarse (como ocurrió) en la victoria electoral albiazul.
En ésas estamos ahora, en el momento en el que dos de los principales herederos de Carlos Castillo Peraza ocupan sendas e importantes posiciones políticas. El momento en que el ejercicio del poder panista debería servir al propósito de consolidar una cultura democrática, distinta a la subcultura de la arbitrariedad, el autoritarismo y la impunidad que fue sello distintivo del priismo.
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Sin desconocer otras influencias, Felipe Calderón y Germán Martínez se formaron bajo la férula del pensamiento y la práctica política de Carlos Castillo Peraza que, entre otros méritos, tenía el de cuidar que el pragmatismo no diluyera a la doctrina y que la aplicación de ésta no viniera en detrimento de la política.
Hoy, entre los grandes desafíos del presidente de la República y del presidente de Acción Nacional está el de reivindicar la praxis de Carlos Castillo Peraza antes de que la victoria electoral se traduzca en la derrota cultural del panismo.
Entre las razones formales para traer este asunto a colación hay dos destacables: una, el extenso mensaje presidencial dirigido a sus colaboradores, con motivo del cumplimiento del primer cuarto del sexenio, donde reflexionó sobre la vocación que exige el servicio público y la idea de transformar al país; otra, la reestructuración del equipo del dirigente Germán Martínez y de la relación del partido con sus grupos parlamentarios, después de remodelar los estatutos partidarios. Ambos eventos marcan una inflexión.
Entre las razones sustantivas hay una inquietante: la constitución de una clase panista en el poder marcada profundamente por la ineficacia y, peor todavía, tentada por la práctica de la impunidad, el autoritarismo, la corrupción y la arbitrariedad que, supuestamente, combatían. Abuso de poder, tráfico de influencias, imposición e impunidad anticipan la derrota cultural del panismo.
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En el ámbito federal, disuena el pronunciarse por cero tolerancia a la corrupción y cero tolerancia al influyentismo haciéndose de la vista gorda frente a evidencias tan monumentales como la Megabiblioteca o frente a colaboradores que manifiestamente se apartaron de esa línea de conducta.
Resulta inaceptable que una obra de la dimensión de la Megabiblioteca se haya construido para inaugurarse... y para cerrarse sin que nadie, absolutamente nadie, responda por lo que ahí se hizo y se dejó de hacer. Millones de pesos se han convertido en el monumento a la impunidad foxista porque, en el fondo, hay un manifiesto desinterés por saber qué fue lo ocurrió. El cierre de las puertas de la Megabiblioteca es un portazo a la idea de la cero tolerancia a la corrupción y reivindica la subcultura del encubrimiento entre el Gobierno entrante y saliente de un mismo partido. Es la rehabilitación del olvido.
Podría argumentase falazmente que es mejor mirar hacia delante, pero, si de eso se trata, el presente también reporta viejos nuevos vicios en la Administración. El influyentismo de personajes como Juan Camilo Mouriño, Sergio Vela o Juan de Dios Castro exige una acción contundente por parte del presidente de la República si, en verdad, repudia esas prácticas. Se entiende la camaradería entre los integrantes de un mismo Gobierno, no la complicidad disfrazada de firmeza ante la decisión de conservar un equipo de trabajo descalificado.
Esos colaboradores han hecho del influyentismo, o del abuso del poder, un estilo personal en el servicio público. El presidente Calderón tendría que mirarse en el espejo de las ideas de quien fue su tutor y guía político.
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En el ámbito estatal, la derrota cultural del panismo es cada día más evidente y es donde Germán Martínez tendría que conciliar la ambición electoral con la convicción en los principios. El grueso de la pléyade de los gobernadores panistas es una mala caricatura de los más célebres caciques del priismo. En ese ámbito, los ejemplos sobran.
Hace ocho días, en la conmemoración del Día de la Libertad de Expresión, los periódicos A.M. publicaron un desplegado denunciando los agravios cometidos por el gobernador panista de Guanajuato, Juan Manuel Oliva. A plana entera y bajo el título de “Amenaza libertad de expresión el Gobierno del PAN en Guanajuato”, el escrito reseña los insultos, la represión y la censura que, con el beneplácito del gobernador Juan Manuel Oliva, instrumenta su secretario de Gobierno, Gerardo Mosqueda.
“El PAN tolera en el Gobierno de Guanajuato –dice la denuncia– los dictados de un grupo represor que humilla los principios humanistas y libertarios que animaron la creación de ese partido”. Se puede ceñir Acción Nacional la corona de la victoria electoral, pero no sin asumir la derrota cultural.
Luego, ahí está el gobernador Emilio González que exhuma, y mal, los restos del priista Juan Sabines (el padre, no el hijo) al insultar a quienes discrepan de él y, cuando la Comisión de Derechos Humanos le recomienda pedir una disculpa por escrito, simple y sencillamente la ignora. El modo, el estilo y la conducta de ese gobernador reiteran, una y otra vez, no el anhelo de desplazar a la subcultura priista del poder sino la envidia de no poderla practicar con grado de excelencia.
Igualmente arbitrarios, los gobernadores de Querétaro o Aguascalientes, Francisco Garrido Patrón y Luis Armando Reynoso Femat, celebran el desinterés del Gobierno Federal y del partido nacional por su conducta y desempeño. El primero puede hacer de la transparencia un requisito salvable, diluyendo al instituto encargado de ella; y el segundo convertir el ambiente de la feria en la atmósfera permanente de Gobierno.
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Efectivamente, el primer cuarto del sexenio ha concluido. Al presidente Vicente Fox y al dirigente Manuel Espino no podía exigírseles lo que al presidente Felipe Calderón y al dirigente Germán Martínez. Los primeros no conocían ni les interesaba ni practicaban la doctrina de su partido, ni tuvieron tutores como los de los segundos.
Como haya sido, Felipe Calderón y Germán Martínez son los beneficiarios de la victoria electoral y, ahora, ante los signos ominosos que retratan a esa clase panista en el poder, ineficaz y prepotente, se quiere ver si hacen suya la victoria cultural.
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