Después de la generosa acogida que tuvo el libro: “El Torreón que vivimos”, Belarmino, Nicolás, Marco Antonio y yo, estamos considerando la idea de escribir una segunda parte en la que además de nosotros, intervendría, por propia petición, nuestro editor y amigo Enrique Huber.
Sólo que aún está en duda si esta nueva entrega deberá centrase en anécdotas de nuestras vidas hasta estas fechas o situarse en una segunda etapa, que bien puede ser la pubertad y la juventud, las cuales están llenas de interesantísimas y divertidas anécdotas.
No me inclino mucho por que sea hasta estas fechas y lo que ha sido de nuestras vidas luego que abandonamos la niñez, porque temo que corramos el riesgo de caer en el autoelogio y eso sería deleznable.
Preferiría que nos abocáramos a la pubertad y juventud, en lo que bien se podría denominar: El despertar a la vida, los sentidos, los ideales y proyectos, sin detenernos mucho en su realización.
Todos coincidimos en que esas etapas son mucho más ricas que otras y que es muy feo caer en la alabanza personal. Recordemos que alabanza en boca propia es vituperio.
Pero en fin, aunque más adelante contaré un par de anécdotas en las que yo incluiría y que no son necesariamente vivencias personales, sino sucedidas a amigos y conocidos de aquellas épocas, ya se determinará cuál deberá ser el hilo conductor de esas historias.
Por lo pronto lo importante es que existe esa intención de continuar escribiendo alalimón, con una nueva participación, la de Enrique, que seguramente le vendrá a dar un toque diferente a esas historias.
Debo confesar que nunca creí que hubiera tanto interés por ese tipo de anécdotas, pero reconozco que en el fondo opera un efecto espejo, en que muchos hombres y mujeres de nuestra generación se ven reflejados en ellas, porque la forma en que vivíamos nosotros era la misma en que lo hicieron miles de laguneros.
Pues bien, si predomina mi idea, yo incluiría en esas historias dos, de un par de amigos, que recogen el despertar de la carne y las sensaciones, aunque un tanto matizadas para no caer en vulgaridades:
La primera: Un querido amigo mío, que por aquellos ayeres vivía cerca de la zona de tolerancia de Gómez Palacio, acostumbraba ir a espiar a las muchachas que ahí trabajaban.
Para lograr su propósito, se escondía en un cuarto abandonado y desde ahí las observaba.
Veía cómo enganchaban a los clientes y los metían a sus viviendas para prestarles servicio. Huelga decir, que todas andaban con poca vestimenta y luciendo sus encantos al aire, en señal de lo que podía esperar aquel que solicitara sus quereres y deleites.
Pues, resultó, que mi amigo se interesó por una de esas muchachas, que a la sazón tendría escasos 19 años, aunque él apenas si frisaba los 13.
Un buen día (porque era buen día), armado de valor y con tan sólo diez pesos en la bolsa, se aventuró a abordarla y la requirió de amores.
Lógico es que aquella mujer al verlo, se negó a complacerlo por ser apenas un puberto. Y con la intención de desanimarlo por completo, le dijo:
“Mira, muchacho, eres todavía un niño y seguramente ni lana traes”.
A lo que él respondió: “No, si sí traigo” y metiendo su mano a la bolsa del pantalón sacó diez pesos en monedas.
“No –le respondió ella – con eso no te alcanza para estar conmigo”. Pero no queriendo irse con las manos vacías, añadió: “Si acaso te dejo que me toques las chichis”.
Y mi amigo ni tardo ni perezoso, le extendió las monedas que ella tomó en señal de tácito trato y se dedicó a deleitarse acariciando por primera vez en su vida, los pechos de una mujer.
Muchas historias como ésta fueron las que los hombres de mi generación vivimos, cuando despertábamos a las sensaciones y a nuevas emociones, al margen de prejuicios religiosos y morales, porque la sangre es más poderosa que cualquier mandato de ésos.
Me reservo la segunda historia, porque se acabó el espacio, pero creo que como ésa deben ser las demás. Y desde luego de muchos otros tópicos. Pero eso de hablar de cómo llegamos hasta aquí, no me agrada mucho, porque hoy estamos y mañana, no. Dígalo si no la noticia que acabo de ver sobre la muerte de Juan Camilo Mouriño y José Santiago Vasconcelos.
Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano”.