Durante el desarrollo natural de los individuos una etapa crucial es el de la búsqueda de independencia, la cual se da ente los 19 a 23 años en la cultura latina, y en la norteamericana entre los 16 a 20 años si no es que antes. ¿Pero en qué consiste este proceso de independencia? ¿Existen parámetros para determinar si se es independiente o no?
Es común encontrarse actualmente a personas de más de 40 años sin lograr satisfactoriamente este proceso por diferentes razones, así como existen otras que tienen 17 años que han logrado un proceso de independencia bastante regular.
Esto nos da la pauta para pensar que la cuestión de independencia no tiene que ver con la edad sino más bien con la madurez mental que se tenga. En primer lugar la independencia consiste en entender que nuestros actos, nuestros pensamientos y actitudes van a ser responsabilidad de nosotros y las consecuencias que devengan de ellos también. No podremos hablar entonces de una persona independiente que no asume su responsabilidad achacándole la culpa de sus actos a otros, como tampoco hablaríamos de una persona independiente que vive a miles de kilómetros de distancia, pero que sigue enojado con sus padres y familiares. Ejemplos de estos dos casos son el joven que se va a vivir al extranjero dice ser independiente por su rebeldía, pero en realidad está en contra de todo y a favor de nada, que dice negro, no por estar convencido, sino porque sus padres dijeron blanco. O el marido que se vuelve alcohólico aduciendo que él es así porque su padre fue una alcohólico que los abandonó de pequeños.
Así pues la independencia sí puede ser evaluada a simple vista por un observador considerando el grado de compromiso del individuo observado, la responsabilidad, el tener una crisis y enfrentarla, además de la congruencia entre lo que piensa dice y hace.
Muchas de los problemas que tenemos en la actualidad en México es que la mayoría de las familias mexicanas no promueve la independencia de sus miembros, no le conviene tanto al padre como al hijo desprenderse, ya que para unos representa el tener a sus hijos todavía con ellos, y los hijos tener a quien les resuelva sus conflictos creando un círculo vicioso, donde el padre necesita de los hijos pare sentirse útil y los hijos necesitan a los padres para no sentirse incapaces.
El desarrollo natural nos dice que habrá una etapa denominada nido vacío, en el que los padres se quedarán como pareja sin la presencia de los hijos, compartiendo experiencias, encuentros y desencuentros. Sin embargo muchas ocasiones esta convivencia trae recuerdos o conflictos añejos, no manejados o elaborados por la pareja y suelen surgir resentimientos, enojos y hasta crisis que eran evitadas por la presencia de los hijos. Quien no ha escuchado referirse a la pareja de 40 años de vivir en matrimonio y al emigrar el último de los hijos se divorcian, o en un caso similar el hijo de un matrimonio que no encuentra su pareja ideal y decide quedarse a vivir con los padres. Obviamente no todos los casos son iguales pero si la generalidad, tampoco decimos que el proceso de separación no sea doloroso, claro que lo es tanto para padres como para hijos, pero la madurez implica enfrentar los conflictos inherentes de la vida para así poder crecer.
Los invito a reflexionar sobre nuestras crisis, que son parte de nuestra existencia y lejos de ser un obstáculo son alicientes para crecer y enfrentar de manera más realista los desafíos de la vida y no crear expectativas erróneas o demandas que lo único que pueden generar son enojo y consecuentemente una mala relación.
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