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El enojo de Felipe Calderón

Actitudes

José Santiago Healy

Desde la noche del Grito en Palacio Nacional vimos su rostro serio, adusto, molesto y con su mente ensimismada.

Contrastaba con las sonrisas y la alegría de sus hijos y de su esposa Margarita Zavala. Muy poco disfrutó los juegos pirotécnicos y el alboroto popular del Zócalo.

Había salido al balcón presidencial para pronunciar El Grito con una voz potente, seca, sonora. Ondeó la bandera nacional en pocas ocasiones, quizá por la lesión del hombro, y luego la entregó a la escolta militar sin demora, de manera precipitada.

No cabía la menor duda. El presidente Felipe Calderón estaba enojado y profundamente preocupado.

Y no era para menos a pesar de que todavía no recibía la noticia de los atentados en Morelia.

Calderón llegaba por segunda ocasión en su régimen a encarar al pueblo mexicano prácticamente con las manos vacías y con infinidad de asignaturas pendientes.

El clima de inseguridad se agravó. Más de tres mil mexicanos han muerto en la guerra contra la delincuencia que no cede. Ahí están los decapitados de Yucatán, la masacre en La Marquesa, la ola de secuestros, las granadas en Morelia, el motín de Tijuana, etc., etc.

La economía, que ha sido fortaleza de los gobiernos panistas, comenzó a resquebrajarse sin que se hayan logrado las promesas de empleos y oportunidades.

Y qué se puede decir de los cambios estructurales que han quedado prácticamente en el papel y sólo a nivel de acuerdos legislativos.

Por si fuera poco el Gobierno de Calderón ha sufrido traiciones y deslealtades muy dolorosas al interior de sus filas.

Los autores del secuestro de Fernando Martí cobraban en la nómina de la Secretaría de Seguridad Pública y quién sabe cuántos más siguen infiltrados en la esfera federal.

El enojo de Calderón es producto de su frustración e impotencia ante una realidad que lo sobrepasa. Su equipo no le responde y tampoco le favorece el entorno político. Los líderes de Oposición se levantan todos los días pensando en estorbar y complicar más la situación de México.

¿Cuántos han salido a dar la cara para defender al Gobierno en las últimas horas?

Es evidente que muchos políticos quieren que Calderón fracase y renuncie. Eso lo sabe bien y le enoja todavía más. Los atentados del lunes en Morelia sin duda colmaron la paciencia del primer mandatario.

En su mensaje de condena a estos hechos fueron muy evidentes su ira y malestar.

Es riesgoso que un presidente se enoje y más en un país como México en donde sus facultades son enormes. Un manotazo de Calderón puede sacudir a medio país.

Pero ha llegado el momento de decir basta y de tomar acciones amplias y profundas para generar el cambio y renovación que México reclama.

Calderón está atrapado entre las fuerzas que quieren quedarse con el país. Tendrá que sacudirse de ellas cuanto antes si quiere llegar sano y salvo al primero de diciembre.

Sus enemigos apuestan al caos y recuerdan que la Constitución es ambigua en el caso de que un presidente deje el poder antes de completar su segundo año de Gobierno.

Lo que no queda claro es si Calderón logrará asumir el mando y el pleno control de la nave o si terminará negociando como lo ha hecho hasta ahora.

Calderón parece olvidar que el poder presidencial no se comparte y que su partido tiene apenas siete años en el poder.

La crisis es política más que social o policiaca. En México la delincuencia ha estado por años controlada y manejada desde las estructuras del poder público. Ha llegado el tiempo de acabar con ello. Es ahora o nunca presidente Calderón.

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