El futbol es, como reflejo de la actividad humana, un juego imperfecto. El error es parte fundamental y activa de todas las fases del juego y es en ello donde radica su simplicidad y belleza.
Si el balompié fuera perfecto, los grandes equipos jamás perderían, no veríamos los “osos” de grandes atletas, quienes no por equivocarse pierden su rango de estrellas, tampoco charlaríamos horas y horas en el café intentando encontrar una explicación coherente al yerro de nuestro jugador favorito o largas vigilias insomnes tratando de descifrar la táctica del entrenador del club adorado y que nos llevó a la humillación de perder un Clásico.
Si no existiera la falla no habría resultados sorprendentes. Nunca hubiera existido el “Maracanazo” cuando toda una nación esperaba el trámite del partido para ver a Brasil campeón del mundo y un puñado de valientes charrúas enmudeció el palenque y les quitó el trofeo de las manos.
Tampoco existirían los “equipos Cenicienta”, aquellos que los expertos conceden nulas posibilidades de éxito y que, sin embargo, obtienen resultados sorprendentes basados, la mayoría de las veces, en un gran poder de convicción.
Entendiendo que el error es parte del juego, pero los hay tan grandes, groseros e increíbles, que se terminan por volver legendarios. Recuerdo a un muy buen jugador del América, en la época de Leo Beenhakker, de las llamadas “abejas africanas”, que junto con Francois Omam Biyik hicieron las delicias de los aficionados. Hablo de Kalusha, quien pasó a la historia no por sus logros, sino merced a un gol que falló con el arco abierto en una liguilla ante Cruz Azul.
O a aquel inolvidable guardameta del Cruz Azul, Miguel Marín, quien se metió un autogol al intentar despejar de manos en un juego ante el Atlante, y qué me dicen de la de Enrique Vera, apenas hace una semana ante el Guadalajara.
Todo esto viene al caso luego de observar el error de Armando Archundia en el juego de Tecos ante América, que derivó en la segunda anotación de los visitantes.
El problema nace de una mala colocación del juez al momento de ejecutarse un tiro libre. Por estar demasiado cerrado al centro de la cancha, se concentra en los jugadores que se jalonean en el área y olvida un mandato de primer año que consiste en nunca perder de vista el balón. Debido a ello no se percata que el balón es desviado por un defensor en la barrera, en lo que era un clarísimo tiro de esquina.
Nomás ahora no vayan a salir con el viejo truco de que marcó alguna falta pues la reacción de todos los jugadores, y hablo de ambos equipos, fue la de esperar el cobro del corner, y de haberse sancionado alguna infracción tendría que haberse escuchado un silbatazo, cosa que jamás ocurrió.
En fin, los yerros a veces trascienden más que las carreras, y ahora a prepararse como árbitro para el Mundial de clubes.