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El exilio

A LA CIUDADANÍA

MAGDALENA BRIONES NAVARRO

Siempre pensé que el más penoso de todos los castigos era el del exilio. Porque para quienes han sido exiliados significa la pérdida de lo vivido: entorno, patria, seres queridos o no, pero presentes con sus cualidades y defectos sociales, la cultura, el modo de ver la vida, el idioma: la pérdida de todo. Quienes se marchan por necesidad económica, quizá la pasen mal, pero pueden regresar, no están vetados por la comunidad de la que se ausentaron.

El poder –bueno o malo– exilia generalmente a sus contestatarios, identificados o presuntos. No doy por hecho el que todos los exiliados sean modelo de virtud, pero sí que muchas veces no se trata de un conjunto de asesinos sino de la flor y nata de la polémica que causó su destierro. España perdió con la de los árabes y judíos, culturalmente más avanzados y luego con los republicanos, muchos de ellos venidos a México cuyos talentos ocasionaron un jalón notable en la educación superior mexicana.

Pero hay formas y formas de exiliar: las conquistas hacen dentro del país conquistado lo mismo; los nativos, si indígenas –en el caso de América Latina-, o murieron o tuvieron que remontarse a sierras para su propia seguridad, la de sus costumbres, idiomas y creencias. Aquellos quedados bajo su mando, indígenas o resultantes de multivariados mestizajes fueron tenidos en menos, y mantenidos en servidumbre desde el nacer hasta el morir minimizados. Se les exilió para siempre de su misma tierra.

Hoy, en este mundo “globalizado”, sigue imperante el deseo de acrecentar riquezas y con el gallardete del “progreso”, los imperios pugnan entre sí por los bienes naturales mundiales y la mano de obra, siempre barata, de los países atrasados en desarrollo. Los métodos usados igual de opresores, pero más sutiles, preparan el despojo de bienes y la explotación de los naturales con mucho tiempo: introducen modas y costumbres, ideologías, cultura, música, sus propios idiomas, tecnologías que les benefician, sin cuidar para nada el bienestar y el desarrollo de quienes pueblan el país que los cobija al que devastan sin ningún miramiento. Se asocian con la avidez de cabecillas internos, codiciosos de ganancia y empoderamiento, sujetos a las condiciones que se les propongan con tal de sentirse señores.

Se exilia al natural en su propio país. Peor aún se ha exiliado al hombre de su plenitud, de sus virtudes y creatividad. Poco se piensa y menos se actúa: no se tienen armas de protesta ni de defensa, menos de ataque. Los no contestatarios y sí exiliados sufren una minimización al cero, externa e interna, dejando el campo libre a la invasión de cualesquiera persona o imperio que de él quiera apropiarse.

Los gobiernos parecen ser de paja, favorecen al comando extranjero, extranjero de otros países y extranjero nacido en México, pero desleal a su patria.

Espero que del caos surjan universos nuevos. El descontento es también global y las pérdidas ampliadas, conscientes o por lo menos intuidas.

¿Qué ha sido del amor en todos sus planos? Ya no se busca ni se respeta la intimidad del ser. He oído decir “fulano o fulana mostraron sus miserias” obviamente refiriéndose a su arquitectura física; pero también se están mostrando las miserias de la arquitectura interna.

El exilio vacía por dentro. El exiliado tendrá que luchar, si quiere señorear en campo ahora ajeno, pero originalmente propio, por consolidar todos los bienes que lo habitan, si es capaz de reconocerlos.

Hay que olvidarse de los oropeles. Nos domina lo ruidoso, lo espectacular, inventados para el consumo inútil. Procurar la soledad y el silencio que favorecen al pensamiento claro, es imprescindible, si deseamos poner orden, antes que en todo, en nosotros mismos.

Las cuatro grandes propuestas que han religado a millones persistentemente en el tiempo, nacieron del pensamiento esclarecido en la soledad del desierto. Sus bondades han persistido, a pesar de la agobiante adoración actual –la acumulación de dinero, no importa cómo– que cala los huesos de sus correligionarios y distorsiona la claridad de las bondades percibidas por el hombre sano.

Amar significa construirse y construir bondades, en uno mismo y en todos. Muestre respeto, sea generoso y no imperial; exija lo mismo para usted. Quizá empecemos a ver la luz del alba: pensando, sintiendo, creando.

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