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El fantasma

Gilberto Serna

Uno está consciente de que existen seres que corresponden a quienes habiendo pasado a otra vida, se manifiestan envueltos en un celaje neblinoso; se les dice entidades que provienen, como cualquier espectro que se respeta, de ultratumba. En la era medieval eran frecuentes los casos de aparecidos. No había, por supuesto, luz eléctrica que interfiriera el haz luminoso de un alma en pena, permaneciendo los castillos medievales en la oscuridad, cuyas tinieblas eran apenas ahuyentadas por antorchas que, a lo lejos, lograban semejar luciérnagas con espasmos de hipo. En aquellos tiempos era del todo común verlas flotar en los espaciosos aposentos de piedra grisácea, trayendo un blanco sudario que las cubría de la cabeza a los pies. Sus apariencias, comprenderán ustedes, eran ingrávidas y sutiles como si estuviesen hechos de vaporosa sustancia. Algunos traían, en lo que debería ser un rostro, los signos de haber cometido el pecado de la lujuria. Otros estaban condenados a vagar eternamente, sin más compañía que sus propios recuerdos y amarguras.

En una larga mesa, sentado al centro en medio de graves señorones, que no cabía duda se sabían importantes, nadie, que tuviera ojos, veía mas que una mancha gasificada, estática, como pequeña bruma congelada por un cierzo invernal o, si se quiere, rodeado de polvo por una minitolvanera. Su imagen había sido restregada con un difumino desvaneciéndola, hasta lograr que el personaje se volviese irreconocible. Los antiguos usaban una daga para deshacerse de quienes les estorbaban, en la época actual se conforman con hacer borrosa la reproducción grabada. La vía láctea brilla en el firmamento, en una tenebrosa noche, con las sombras acechándola a su paso, su resplandor la muestra con claridad, no así a la toma de una cámara televisiva que muestra con gran descaro su execrable deseo de desaparecer del cuadro a quien los proveyó de 130 permisos para explotar templos en los que se rinde culto a Birján. ¡Oh! malvada ingratitud, es esa moneda con la que los poderosos suelen pagar.

No tengo la certeza de si la nubecilla gris que cubre al presidente del Senado es el anticipo de una ceremonia vudú en que los dueños de las televisoras se aprestan a clavar los consabidos alfileres en el corazón de un muñeco de trapo, pero desde ahora se ve que la mancha que pusieron sobre su retrato surtió el efecto contrario, como quien dice les salió el tiro por la culata, sirviendo para darle un respiro político después de que había salido de Gobernación sin alcanzar su acariciado sueño de ser candidato a la Presidencia, convirtiéndose en el apestado del sexenio. Le sirvió para ganar simpatías donde había animadversión, ayudándolo a levantarse del tropezón que significaba haber sido retirado de la coordinación de 52 senadores panistas. La impresión es que alguien estaría cobrándose viejas facturas, por tratar Santiago de abanderar a su partido en el 2006. Ahora, sin ser ésa su pretensión, sus improvisados adversarios, lo están apuntalando para el 2012.

Se sentía renovado, con un segundo aire, una nueva oportunidad de ser. Sin embargo, al mirarse en un espejo se dio cuenta que carecía de rostro, el torso había desaparecido, las piernas estaban cubiertas por una espesa atmósfera, tan sólo se veían las puntas de unos zapatos. Su porte agradable, su envidiable gallardía se había esfumado. Del hombre apuesto, otoñal, que levantaba suspiros de las damas aventureras, nada quedaba. Hoy hace palidecer a sus enemigos al vislumbrarse su difusa silueta en los pasillos del recinto donde se oyen las risas de sus antiguos camaradas; resuenan sus pasos, pero apenas se logra ver una imprecisa sombra subir por la escalerilla, avanzando pausada, rígida y silenciosamente, alisándose con la mano el flequillo que cae sobre su frente. De pronto, un ventanal se abre penetrando una ráfaga de frío viento que hace temblequear a los ahí presentes. Es, lo que dirían los expertos en esoterismo que todo lo saben: un fantasma.

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