Déjenme ver si me acuerdo: lo primero que hizo Hitler al asumir poderes extraordinarios después de las elecciones de marzo de 1933 fue disolver el Reichstag o parlamento alemán. Lo mismo había hecho Mussolini con el Poder Legislativo italiano años antes, cuando se convirtió en dictador. Y lo mismo han hecho todos los déspotas y tiranos que en este mundo han sido. Para impedir que la nación hable y diga lo que no debe decir, hay que clausurar a la representación nacional. Por eso a muchos nos corrió un escalofrío por el espinazo al ver una gigantesca manta en la tribuna de la Cámara de Diputados que decía “Clausurado”. Los legisladores perredistas que cobran su quincena religiosamente en San Lázaro se dignaron a avisarnos de esa manera que aquellos a quienes elegimos para darnos leyes habían sido corridos a patadas. Y todo porque la mayoría de los representantes, electa por la mayoría de la población, no quiso cumplirles sus caprichitos a los rijosos.
Me perdonan mucho, pero a quienes andan clausurando a la representación nacional, electa por millones de ciudadanos, por medio de la fuerza y sin ningún apoyo institucional, se les llama fascistas.
Ya sé que habrá alguien que se exalte e indigne por ese epíteto. Pero los perredistas parecen no entender que destruir la casa común por que las cosas no se hacen como ellos quieren, el “reventar” los procesos políticos democráticos, es clara señal de autoritarismo. De izquierda o de derecha da igual: a las decenas de millones de víctimas de Hitler, de Stalin, de Mao, les importó muy poco de qué color era o de qué lado bateaba el verdugo. Pero podemos afirmar que las medidas tomadas en los últimos días revelan la peor cara de una izquierda paleolítica, que sigue ciegamente los desvaríos de un fascista tropical, dispuesto a tronar al país con tal que se haga su voluntad.
Viendo las cosas fríamente, el lamentable show que se ha armado no tiene razón de ser. Que la mayoría decida. Que la mayoría determine qué hacer. ¿Por qué es rehén la agenda nacional de una absoluta minoría? Que ni siquiera pinta en la mayor parte del territorio mexicano. Veamos de dónde salieron esos diputados del PRD, revisando los resultados de 2006. En 18 entidades no ganó uno solo. En otras tres, uno en cada una. ¡En veintiún estados, tres diputados! De los 99 diputados de mayoría relativa del PRD-PT-Convergencia, dos terceras partes (65) provienen de sólo cuatro entidades (DF, Edomex, Oaxaca y Guerrero). Para acabar pronto: el PRD es un partido regional, no nacional, con escasa presencia en la mayor parte del país. En la Cámara, tiene menos de un 25% de los escaños. O sea que una cuarta parte decide lo que deben o no hacer las otras tres cuartas partes. ¿Desde cuándo se le llama a eso democracia?
Desde nunca. Lo que practica el mentado Frente Amplio Progresista (que ni es amplio ni es progresista, sino reaccionario y, en los hechos, fascista) no es democracia. Y la mayoría de los mexicanos, 70% de los cuales no votamos por esos diputados, ya estamos hartos de esta situación, que impide la evolución de México.