Dicen que no hay mal que dure cien años, ni pueblo que lo aguante. Y es que aunque hay cosas que parecen eternas, a fin de cuentas siguen el curso de la naturaleza y terminan marchando hacia el crepúsculo. Pero como en el caso del estrepitoso y sorpresivo derrumbe de la URSS en apenas un par de años, el aparente desmoronamiento de las FARC está volviéndose realmente vertiginoso. En unos meses, la abuelita de todas las guerrillas latinoamericanas parece haber entrado en franca descomposición.
La reciente muerte de Manuel Marulanda “Tirofijo”, el virtual creador y líder perpetuo del grupo parece haber sido el último remesón que le faltaba a una estructura que ya parecía empezar a caerse a pedazos. Y ello, por todo tipo de circunstancias.
No sólo fue Marulanda el último de varios líderes que entregaron la zalea en los últimos meses, dejando al movimiento sin sus cabezas históricas; sino que las agresivas políticas del presidente Álvaro Uribe han ido mermando las capacidades y fuerzas de las FARC de manera sustancial. Muchos guerrilleros, hartos del mal vivir, se han acogido a la amnistía. Otros, tentados por las jugosas recompensas, han estado traicionando a sus excompañeros. De hecho, uno de los cabecillas más longevos fue asesinado por su propia escolta para llevarse su tajada de dinero. Las acciones de las Fuerzas Armadas gubernamentales son cada vez más efectivas y mejor coordinadas. Los Servicios de Inteligencia están funcionando mejor que nunca, de manera tal que la muerte de Marulanda fue conocida por el Ejército colombiano horas después de ocurrida; por no decir nada de que sabían con precisión dónde estaba el famoso campamento en territorio ecuatoriano. Y según testimonios de quienes han dejado las armas, la comunicación y la logística andan por la calle de la amargura. Los nuevos liderazgos no tienen la estatura mítica de los fundadores, que llevaban décadas en esos menesteres, y se duda que puedan mantener la cohesión en un grupo disperso, incomunicado y donde todos desconfían de todos.
Ante tan precipitado derrumbe, hay dos preguntas importantes: la primera: ¿qué pasará con los cientos de secuestrados que permanecen en manos de las FARC, si la situación se vuelve una de “sálvese quien pueda”? Y la segunda: ¿La descomposición se traducirá en una desmovilización ordenada y relativamente rápida, o habrá una fragmentación en diversas bandas criminales, sin centro de control alguno, unas dedicadas al narco, otras a la extorsión? Que se desintegre una organización como las FARC no es garantía de que sus peores efectos no se sigan sintiendo.
Lo que sí resulta evidente es que Hugo Chávez escogió muy mal momento para echar todos los kilos en apoyo a un movimiento ya no sólo desacreditado, sino en franca agonía. Y todavía puede haber consecuencias para él por ese lado. Ya veremos.