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El gatopardismo

Gilberto Serna

Ni yendo a bailar a Chalma, se dice, se acabará con los problemas, en lo que a seguridad se refiere, que viene arrastrando el país desde hace un buen tiempo. Es decir que, si no se ponen a trabajar, ni tan siquiera con un milagro habrá resultados en el combate a la inseguridad. En la reunión celebrada el pasado jueves 22 de este mes de agosto una voz, cargada de dolor, fruto de la tragedia que todos conocemos, con la que se ha solidarizado el pueblo de México, les dijo, a las más altas autoridades de los tres poderes de la Unión: “si no pueden, renuncien, pero no sigan ocupando oficinas de Gobierno y recibiendo un sueldo”, agregando, “porque no hacer nada también es corrupción”. En mis años que llevo en este trajín jamás creí que llegaría a escuchar un reproche de ese tamaño. No estaba preparado, lo confieso, para escuchar una recriminación al titular del Poder Ejecutivo. Durante varios sexenios aún los secretarios de Estado podían ser vapuleados a placer, en tanto el presidente de la República era, hasta hace poco, intocable.

Nuestro gobernador, Humberto Moreira al ser interviuvado por los reporteros que cubrían el evento, al que acudió lo más granado de los políticos encaramados en el candelero nacional, afirmó con aplomo que sí se pueden cumplir las medidas propuestas en el seno del Consejo Nacional de Seguridad, así como con el desafío planteado por el empresario Alejandro Martí. Para, luego, con ironía mordaz, pedir a los mismos periodistas, “pregúntenle a Calderón si también está dispuesto a cumplirlo”. El jefe del Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, dirigiéndose a Alejandro Martí, padre del menor inmolado, que ha dado lugar al sacudimiento de conciencias, le dijo, “te acepto el reto Alejandro por que estoy seguro que en el Distrito Federal lo vamos a cumplir”.

El resto, 31 gobernadores más, junto con los integrantes del Poder Judicial y los del Poder Legislativo, al parecer hicieron mutis, eso sí hacemos caso a la nota periodística que leímos en este diario. Hemos de suponer, no lo dice la crónica, que salieron con la cola entre las piernas. Efluvios fantasmales flotaban en el ambiente. No entendían qué estaba pasando. El paraíso terrenal que ocupaban en sus diversos cargos se les estaba escurriendo por una cloaca. El gozo de hacer negocios a la sombra del poder parecía a punto de volverse humo. En su ser íntimo todos presienten que algo debe cambiar, para que todo siga igual; el Gatopardismo en su máxima expresión. Esto es, hay una capacidad asombrosa de los políticos para fingir obrar de acuerdo con las circunstancias.

Se empezarán a escuchar voces desde la altura. Un procurador local de justicia, dijo: este asunto de la inseguridad tiene su génesis en las raíces de nuestra cultura.- ¡Uff! si no lo dice, revienta-. En cambio, una boca rodeada de agreste barba, experto en transas, a quien económicamente le ha ido de maravilla, dijo que los policías corruptos salen de la sociedad, que los políticos no tienen la culpa de que la comunidad haya perdido valores. No acababa de decirlo, cuando, muy orondo, después de saludar a Ulises Ruiz y Mario Marín, al que por mote, sus amigos le llaman el Gober Precioso, salió contoneándose del lugar donde se celebraba la ceremonia. Luego Beatriz Paredes, dirigente priista, una vez que se habló en el foro de las renuncias, rechazó el ultimátum, manifestando que deben evitarse declaraciones estridentes que puedan llevar al extremo de pedir la salida de todos los funcionarios responsables de la seguridad pública, lo que dijo, sería poner en grave riesgo la democracia. Me pregunto ¿qué tienen que ver las instituciones democráticas, con la renuncia de inútiles, inservibles y torpes policías incrustados en oficinas gubernamentales? En fin, quizá la experiencia nos ha vuelto escépticos. Invoquemos al ladrón mitológico Caco, hijo de Vulcano, pidiéndole que nos ilumine en estas lúgubres horas, llenas de cruel perversidad.

Nota bene.- El gatopardo, es una novela escrita por Giusseppe Tomasi de Lampedusa, en la década de los cincuentas. Un funcionario Piamontes le ofrece una cenaduría del nuevo reino de Italia, a don Fabricio Corbera, príncipe de Salina que rechaza la propuesta alegando estar demasiado ligado al antiguo régimen. Había caído la aristocracia dando paso a una clase social emergente conformada por burócratas y mediocres. Respondió con la famosa frase “algo debe cambiar para que todo siga igual”.

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