Leo las notas que vienen de los Estados Unidos de América que nos dicen que los partidos políticos, el Republicano y el Demócrata, se encuentran enfrascados en una ruda contienda por seleccionar a la persona que los representará como candidato al puesto de presidente que actualmente ocupa George W. Bush. Algo impensable está pasando. En el partido Demócrata un hombre tenía la delantera a partir de haber obtenido un triunfo en las primarias de Iowa. La foto que apareció en los periódicos del mundo entero muestra a un simpático joven, de facciones negroides, cuya dermis no es del color de una noche sin estrellas, como aquéllos a los que encapuchados acoquinaban, no hace mucho, plantando una cruz de madera, presa en llamas, enfrente de sus destartaladas casas. Son los que fueron traídos en barcos desde África y vendidos en subastas públicas a los dueños de las plantaciones del Sur. Aquellos que eran enviados a los asientos traseros en los autobuses urbanos, dado que los delanteros estaban reservados a los blancos. Los mismos cuyos hijos, no ha muchos años, tenían que ir a las escuelas custodiados por policías armados. En ese país, si hay un abuso de autoridad, quienes reciben una paliza propinada por uniformados blancos, es precisamente un negro.
No ha mucho, las casas a donde se cambiaba un negro, enclavadas en un barrio de blancos, perdían su valor adquisitivo. La integración racial aún está muy lejos de ser una realidad. En los deportes, baloncesto, futbol americano, golf, tenis, box, beisbol y en pista y campo sobresalen los atletas de color. No existe ningún motivo razonable que se oponga a que un negro sea presidente de los Estados Unidos de América, excepto la intolerancia de una sociedad civil que aun alberga odios raciales. Les veda el acceso a profesiones bien remuneradas, les niega viviendas decentes y los mantiene en una indigna servidumbre. La pregunta consistiría en saber si las generaciones actuales están a la altura de su responsabilidad como ciudadanos en un mundo convulso como es el de nuestros tiempos. Habremos de saber si el pueblo esta preparado para aceptar que un hombre de piel oscura, nacido en Honolulu, acceda a la silla presidencial. En el reciente pasado cuando era fiscal del Tribunal Supremo, Robert Kennedy, formuló el pronóstico de que un negro ocuparía la primera magistratura de su país en un lapso que calculó en cuarenta años. Si nos dejáramos llevar por el optimismo, considerando que aquello predicción se hizo en los años sesenta de la centuria pasada, aún estaríamos dentro del término ¿Lo estará la ciudadanía?
Es difícil saberlo. En las elecciones primarias, en que se encuentran enzarzados los demócratas, compiten John Edwards, Hillary Clinton y Barack Hussein Obama, este último de raza negra. En Iowa se midieron las fuerzas con un resultado favorable a Obama; sin embargo en Nueva Hampshire Hillary obtuvo el triunfo y Edwards cayó a un tercer lugar. Serían el primer negro o, en su caso, la primera mujer en el sillón de mando de la Casa Blanca. No obstante el augurio de Bob Kennedy, a que hacemos referencia, no es de creerse que Barack pueda alzarse con la victoria, ni siquiera en las primarias, mucho menos en los comicios donde parece que John McCain del Republicano llegará a medir sus fuerzas con el que obtenga los votos para ser considerado el abanderado del partido Demócrata.
En tanto, para bien o para mal Hillary es acompañada de su marido. Aun es pronto para que el electorado olvide el escándalo que protagonizó junto a una becaria, con la que sostuvo relaciones impropias. No obstante su papel como Presidente le es reconocido, más aún con la desastrosa Administración de su sucesor, que no halla dónde esconderse, realizando una gira por países amigos de Oriente Medio a pesar que hay quien le aconseja, lo que advertía don Quijote a su escudero Sancho Panza, “peor, es menealle”.
En la novela intitulada “El Hombre”, del prolífico autor de los años sesenta, Irving Wallace, se refiere, en su ficticia trama, a que ha muerto el Presidente en un accidente cuando se encontraba en Frankfurt. Su Gabinete estudia la línea sucesoria. No hay vicepresidente, el speaker del Senado había muerto, sólo quedaba quien ocupa accidentalmente la presidencia del Senado. “Todas las miradas se clavaron en el senador Douglas Dillman. Y Edna sintió espanto al ver como en los ojos de todos, sin excepción, fluía una mirada de horror”. No se necesita ser un adivino para encontrar con que les puso los pelos de punta el darse cuenta que quien ocuparía el asiento de Presidente sería un hombre afroamericano. Un hombre de tez morena, un político al que los otros apenas le ponían atención. El diccionario de la lengua española, vigésima primera edición, Tomo II, 1992, pág. 1126, define la voz horror diciendo que es un sentimiento intenso causado por una cosa terrible y espantosa, ordinariamente acompañado de estremecimiento y de temor. Eso en la fantasía del novelista, la realidad la sabremos en el curso de las siguientes semanas.