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El llamado de las montañas...

Hora Cero

Roberto Orozco Melo

A David Garza Lagüera y

José Milmo Garza: gracias

por invitarme a conocer una

aproximación del paraíso.

Camino sobre pastizales, alelado ante la grandeza total de una región que es llano y es montaña; que inspira respeto y provoca admiración; que sobrecoge a los espíritus y sugiere la presencia de un Ser Superior aun en los más pequeños detalles de su vegetación increíble la cual crece y se desarrolla a pesar del secano que la aflige. Me separo del grupo de amigos, atraído por el misterio y la soledad. Y sin embargo, alguien cerca parece celar mi pensamiento y vigilar mis pasos.

Una rama seca se quiebra y su humilde y grave sonido alerta al instinto: En un pequeño promontorio descubro a un oso o a una osa con tres oseznos. Me detengo, respetuoso ante las posibles reacciones de un mamífero que el diccionario define con el adjetivo “carnicero”. Miro al soslayo a quien me ve de frente, atento al menor de mis movimientos; luego lo miro alzar la cabeza y olfatear el entorno. Sus crías lo imitan. Más de cien metros nos separan, según calculo, así que retrocedo paso a paso, recorriendo el entorno con lenta precaución: un ojo atento al señor o señora del bosque y otro puesto en la equilibrada vegetación del sitio: el madroño, las palmas, las variedades de encino, los cedros, los pinos, el pastizal amarillo y seco.

De repente la figura del personaje zoológico de más de metro y medio escapa al foco de mi mirada al sesgo. El bosque continúa en un relativo silencio de frescura mañanera que pega en los árboles y ennoblece el leve susurrar de un “sssssss” eólico. Finjo indiferencia y procuro reflexionar en la fortuna de poder vivir aquella magnífica experiencia; busco que mi alborotada adrenalina no denuncie temor al olfato de “papa Oso o de mamá Osa”. Luego, a lo lejos, escucho sus pasos entre la maleza, lo cual me permite descarar mi ansiosa curiosidad. La figura negra, brillante y atractiva del gran señor o señora del bosque se ha perdido. Yo regreso a contar la aventura a mis compañeros de viaje.

Para David y José, amables anfitriones y expertos cazadores, aquel incidente pudo ser normal. Para un empecinado citadino como yo no lo fue. Más tarde David me mostró fotos en que aparece él con unas crías de aquélla o de otra “mamá Osa” entre sus brazos. Mis dos amigos, Armando y Javier, tampoco hicieron caso. Me senté junto a ellos a beber un gran vaso de agua y en un instante todos abordamos un gran “jeep” conducido por David, para continuar el recorrido iniciado el día anterior, siempre sobre veredas de terracería, en un clima templado y cabe un paisaje vario e infinito de vidas vegetales y animales que nos salían al paso entre sus cañones; a nosotros, seres disminuidos por la continua y severa montaña que sorprende al espíritu y empequeñece a toda soberbia humana.

En las serranías norteñas de El Burro, El Carmen y Chisos hay un esfuerzo sostenido por los propietarios de sus dilatadas rancherías para la conservación del hábitat zoológico y de las especies botánicas que son naturaleza con su medio. Pese a lo escarpado de sus áreas y a la aparente invulnerabilidad de su topografía, el hombre y la acción de la naturaleza –al decir de Ernesto Enkerlin, presidente de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas– han destruido al paso de más de doscientos años los vastos pastizales “donde abundaban los berrendos, los venados, los pumas, los osos negros y los lobos mexicanos”. La recurrencia de los tiempos de sequía hizo perder a los pastizales su capacidad de autorregeneración y se requerirán, seguramente, muchos años para que la antigua y rica biodiversidad reine de nuevo en aquel medio.

El tema es ampliamente tratado y analizado en el espectacular libro de fotografías y textos de Patricio Robles Gil que editó el Gobierno de Coahuila en el año 2005 el cual incluye interesantes, provocativos y amenos prólogos de don Guillermo Osuna, Ernesto Enkerlin, Ana Luisa Guzmán, Sergio E. Avilés, Herbert A. Raffaele, Russel A. Mittermeier, Robert L. Cook, John H.King y Vance G. Martin.

Lamenté mucho no haber leído y contemplado la vasta y artística colección fotográfica de Patricio Robles Gil antes de ir a la Sierra El Burro y especialmente al hermoso rancho El Rincón de David Garza Lagüera para captar con mayor profanidad profundidad la esencia de ésa y de las otras bellísimas regiones de aquel macizo montañoso. Prometimos volver en septiembre, a invitación de David, y yo ofrezco ver, leer y estudiar, antes de esa nueva experiencia, todo el bagaje de enseñanza de conservación ecológica que contiene “El llamado de las Montañas”.

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