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El megaproa

Julio Faesler

Allen Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, declaró que la quiebra que corre por todo el sistema bancario de ese país, que está arrastrando a centenares de bancos norteamericanos con repercusiones de distintas intensidades en todo el mundo, es el fenómeno más grave conocido desde el monumental martes negro de 1929.

Es posible que se haya quedado corto en su evaluación. En 1929, nueve años después del desastre de la I Guerra Mundial, Estados Unidos era la potencia económica más fuerte del mundo entero y aún no había extendido las ramificaciones financieras por sistemas tan altamente desarrollados y prósperos, como los europeos y asiáticos de hoy. Por eso, la quiebra norteamericana de 2008 pasará a la historia como el fin definitivo del predominio financiero norteamericano provocado por las quiebras hipotecarias y de seguros. Ya se avizora la de tarjetas de crédito.

Después del desplome del 29 se aprobó una serie de leyes y reglamentos que tuvieron por propósito impedir que se repitiese la especulación bursátil que al reventar, provocó suicidios y orilló a millones de norteamericanos a hacer patéticas colas en centros de caridad por un plato de sopa caliente o a vender manzanas en las calles. El “New Deal” de Rooselvelt y la prosperidad de la post guerra impulsaron una etapa de pujanza para Estados Unidos que incluso permitió subsidiar la reconstrucción de los países vencidos.

Todos sabemos que el desastre que hoy cunde tiene sus orígenes en la expansión desmedida y sin escrúpulos de los créditos al consumo en los que destacan los hipotecarios, manejados por los desarrolladores inmobiliarios y alentados por banqueros ambiciosos. Éstos supieron aprovechar lagunas y laxitudes legales en connivencias con las propias autoridades y legisladores que con ello creían favorecer la bonanza en sus distritos electorales.

Los precios escandalosamente altos que alcanzaron los bienes raíces en Estados Unidos, así como el crecimiento desmedido de las deudas personales en tarjetas de crédito por concepto de artículos de consumo, estaban destinados a reventar.

Gran parte de la responsabilidad recae en la nueva generación de jóvenes operadores, quienes armados de sofisticada informática, arreaban a un público impreparado y de corta solvencia a realizar inversiones dudosas con tal de recibir abultados bonos de rendimiento que sus corredurías les otorgaban como estímulo para alargar sus listas de incautos clientes. El sistema bursátil creció hasta rebasar su propia capacidad de pago.

Ante la crítica situación ambos candidatos a la Presidencia de Estados Unidos claman por reforzar las normas y los candados que rigen Wall Street a fin de evitar futuros cataclismos financieros. Por su parte, los ministros de finanzas europeos sugieren que sea un organismo supranacional y una sola autoridad la que se encargue de regular y orientar al sistema financiero mundial.

El rescate que ahora presenciamos que excede los cien mil millones de dólares, dinero aportado por el fisco norteamericano, recae en el contribuyente que con sus impuestos tendrá que sufrir redobladas consecuencias. El Fobaproa norteamericano es el inevitable aparato que el Gobierno tiene que utilizar para evitar el desplome total del sistema financiero. Al igual que en México, el rescate dejará sin tocar los patrimonios personales de muchos que sacaron provecho de la burbuja que explotó.

En 1997 el Fobaproa mexicano fue objeto de cerrada oposición por parte de los partidos de izquierda. Su aprobación, apoyada por el PAN, fue sin embargo, lo que evitó que nuestro sistema bancario cayera en un caos mucho más costoso que lo que implicó su gravamen presupuestal. Los miles de ahorradores hubieran perdido mucho más de no haberse implementado las medidas de emergencia aprobadas por el Congreso.

La debacle financiera de Estados Unidos se suma a su de por sí debilitada economía que venía expresándose en un decaimiento de su actividad industrial. México, desde luego, sufre las consecuencias por estar excesivamente atado a la actividad económica del vecino país. Afortunadamente, sin embargo, este fenómeno no repercute tan gravemente en nuestras finanzas públicas y privadas como habría sido el caso de no contar con una política previsora y con una Banca Central autónoma.

De ahora en adelante se irán materializando las previsiones que desde hace varios años anunciaban que el centro de gravedad económica del mundo habría de concentrarse en las economías asiáticas y, en especial, en India, China y Japón. El desarrollo de nuestro país ya está tomando en cuenta esta realidad y, afortunadamente, hay quienes en México encuentran nichos de oportunidad cada vez más atractivos en la diversificación geográfica de sus intereses.

El drama económico-financiero norteamericano nos está llevando a mirar hacia horizontes que antes intencionadamente despreciábamos por creer que nuestra única perspectiva estaba en nuestro vecino al Norte. Lo que corresponde ahora es tener una visión más inteligente y equilibrada.

Coyoacán, septiembre de 2008.

juliofelipefaesler@yahoo.com

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