Hola, mi nombre es Nela, y soy callejera. Alguna vez recuerdo haber tenido dueños, pero también recuerdo que mi dueña me dijo muchas veces que era una cachorra muy sucia y me aventó a la calle. Durante varios días estuve esperando me dejaran volver, yo sin entender qué sucedía, hasta que un día me llevó muy lejos y no pude regresar.
Deambulé por mucho tiempo, sin rumbo, con miedo, perseguida por perros grandes, por escobas o incluso por piedras y palos. De vez en cuando me acercaba con los niños pequeños y les movía la cola en espera de que me llevaran a sus casas y me dieran de comer; pero siempre me aventaban sus papás y terminaba donde había comenzado... en la calle. Comencé a pensar que era fea y que nunca encontraría un hogar de nuevo. Me resigné a que mi hogar sería la calle y mientras sobrevivía entre basura, suciedad, coches y piedras conocí al padre de mis hijos.
Él me cuidó y enseñó todo lo que había que saber para protegerme y sobrevivir. Éramos una pareja feliz, corríamos, jugábamos, comíamos juntos y poco a poco me explicó lo que era un “antirrábico”, una “perrera” y de cómo protegerme de los niños que nos aventaban piedras. Siempre platicábamos de a dónde correríamos y escaparíamos en caso de que nos persiguieran y que si lo agarraban ya no habría esperanza. Debo confesar que siempre viví con miedo de quedar sola; pero ahora tenía que pensar también en nuestros hijos que venían en camino.
Una cosa que nunca olvidaré eran sus historias de humanos buenos, de cómo nos apoyan en nuestro vivir en las calles y de cómo su bondad se puede oler a distancia. Y mientras añoraba conocer un humano bueno lamentablemente llegó el temido día... él se fue para siempre, y pude observar cómo desde las rejas de la camioneta lloraba y me decía adiós. Me había quedado otra vez sola y ahora con mis hijos a quienes les prometí que ellos no irían a ese horrible lugar, que buscaría a los humanos buenos y les pediría ayuda.
Durante varias semanas cuando tenía que salir enterraba a mis hijos en un pequeño túnel donde di a luz para que nadie supiera de ellos y al regresar con mi hocico volvía a excavar y así logré protegerlos. Un día una señora llamada Cristina me encontró tapando la puerta de mi túnel y prometió ayudarme con mis amados hijos, ella y su hermana Isabel nos llevaron con un veterinario y ahí nos revisaron con mucho cariño y me curaron mis heridas. Ahora todos estamos en un lugar seguro, limpio y al cuidado de unas señoras que nos quieren mucho esperando una casa bonita y en donde nos quieran mucho.
Historias como la mía siempre habrá; pero tendrán un final feliz si tú adoptas y te comprometes siempre con tu mascota.