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EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE / UNA MASCOTA FELIZ...

Arturo Castañeda Orduña

Dicen los veterinarios que cada año que vivimos los que corresponden a mi raza, los perros, equivale a siete años que viven los seres humanos..., bueno creo que también depende del tipo o clase de vida que se haya llevado, ya bien sea ellos o nosotros como mascotas, lo cierto es que si mis cálculos no me fallan, yo viví aproximadamente 15 años, que en los seres humanos correspondería a 105 años. ¡Sí! más de un siglo y eso gracias a los cuidados y sobre todo al cariño que me profesaron mis amos.

Soy de descendencia norteamericana y desde allá llegué a Torreón en los inicios del año de 1992, si mis recuerdos no me fallan. Todavía recuerdo vagamente cómo lloraba en el largo trayecto de muchas horas de viaje, por una parte me acababan de separar del calor, el cariño y la alimentación que me proporcionaba mi madre y la compañía de mis demás hermanos, y por otra parte ignoraba hacia dónde me llevaban.

Sin embargo pronto me adapté a mi nuevo hogar, a mi nueva familia: mis amos, mis tres amitos y la nana de éstos, mismos que en un santiamén me vieron crecer y convertirme en un hermoso ejemplar de mi raza. Cómo me cuidaban y me consentían, jamás me dejaban dormir fuera de alguna de las habitaciones o de la amplia estancia, ya sea en la recámara de mis amos o en la de mis amitos. Me alimentaban bien, con regularidad me llevaban con el veterinario para mis vacunas, y para que me pusieran guapo; siempre llegaba a casa con un paliacate alrededor de mi cuello con el cual me hacían sentirme más guapo y atractivo.

Fue a finales de 1995 cuando conocí a una hembra de mi misma raza, un día nos presentaron, nos enamoramos y de este romance arribaron dos meses después seis o siete hermosos cachorros de los cuales dos de ellos fueron regalados a mis amos. Un macho y una hembra. Ellos quisieron quedarse con los dos, sin embargo, conscientes de que tener una o más mascotas es un gran compromiso, optaron por obsequiar al macho, y se quedaron con la hembra. La bebé hembra fue muy afortunada al quedarse en casa de mis amos, ya que tanto a ella como a mí nos prodigaban mucho cariño, nos cuidaban mucho y prácticamente fuimos dos miembros más de la familia.

El tiempo transcurrió, para nosotros normalmente y con el devenir de los años los efectos se fueron reflejando en mi organismo, en mis facultades, poco a poco fui perdiendo la audición y la agilidad de mis movimientos, sin embargo sentía que el cariño y los cuidados de mis amos eran aun mayores, no dejaban de sacarnos a caminar por las calles aledañas de la colonia y ese ejercicio nos servía mucho. Llegó un momento en que me era difícil mantenerme en pie, incluso levantarme para iniciar la marcha, sin embargo mis amos llenos de ternura me ayudaban a conseguirlo, después me fue imposible controlar mis necesidades fisiológicas básicas lo que trajo como consecuencia que mi piel, por debajo de mi pelambre, empezara a lacerase, llegó un momento en que el dolor aquejaba a todo mi muy gastado cuerpo y no podía evitar el gemir de dolor. Sin embargo resistía al ver el cariño y la ternura con que mi amo me bañaba casi todos los días, el cariño con que me ofrecía y me acercaba mis alimentos, el cariño con que me los preparaba.

Con el paso del tiempo llegó un momento en que mi cuerpo estaba muy desgastado. No fue una decisión fácil para mi amo la de tomar por sí mismo, mandó llamar al veterinario el cual vino y me revisó..., las condiciones en que me encontró no eran para que con algún tratamiento saliera adelante, de tal manera que le aconsejó que en ese momento, cuando aun me quedaba algo de dignidad como mascota, lo mejor era dormirme, mi amor se aferraba a que siguiera vivo, pero se convenció de que por mi bien era la mejor decisión. Así se los hizo saber a toda la familia...

La noche anterior a mi partida, mi lecho estuvo en el recibidor de la casa, junto al calentador que me dio calor en las noches de frío invernal, mi sueño fue tranquilo, sabía que era mi última noche en este hogar donde había recibido tanto cariño, tantos cuidados, tantos apapachos. Al día siguiente por la mañana mi amo me dio de almorzar, me saco a la cochera, después me llevó a dar un paseo, a caminar por las calles aledañas a la casa, vi por última vez a algunos de mis vecinos y después... Cerca del mediodía del día 20 de diciembre pasado, mi amo me envolvió en la cobija color rojo que mi ama me mandó confeccionar y me llevó al consultorio del veterinario que nos atendió los últimos años. En sus brazos llegué hasta la mesa de exploración que utilizan para revisar a las mascotas y que fue la misma que recibió a Monina allá por el mes de mayo con el mismo fin al cual ahora me llevaba a mí; suavemente me colocó en la mesa. Mientras mi doctor preparaba lo necesario mi amo, lleno de tristeza y derramando un manantial de lágrimas, acariciaba mi cabeza y mi cansado cuerpo y me repetía una vez más cuánto me habían querido todos en ese hogar al que había llegado hacía tanto tiempo; me recordó momentos muy felices de mi existencia y todas las alegrías que les había regalado y cuanto habían disfrutado de mi compañía. Después, por una de mis venas me pasaron lentamente una solución que fue originando que mi corazón fuera disminuyendo sus latidos y mi respiración se fuera haciendo cada vez más lenta, hasta que llegó un momento en que mi corazón dejó de latir y mi respiración se apagó.

Al igual que a Monina, me mandaron cremar y actualmente mis cenizas, se encuentran al lado de las de ella, en una elegante vitrina que se encuentra en el recibidor de la casa de mis amos, sé que un día acompañaremos a las de mi amo en un lugar especial que alguna ocasión se ha de elegir...

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