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El miedo en La Laguna

El comentario de hoy

Francisco Amparán

Creo que muchos pensábamos que sería un fenómeno pasajero. Que el miedo en las calles se disolvería con el tiempo en la paz y tranquilidad que siempre habíamos considerado patrimonio de La Laguna. Y que, una vez que los grupos de malosos hubieran hecho sus ajustes de cuentas a balazos, dejarían la región llevándose sus usos y costumbres sanguinarios a otra parte.

Pero no ocurrió así, como lo vienen confirmando los hechos recientes. Y eso nos obliga a repensar mucho de nuestra forma de vida; la cual, me temo, no podrá ser lo que era antes, al menos por un buen lapso de tiempo.

Una amiga lerdense, por ejemplo, dejó de asistir el martes pasado a la comida familiar tradicional en la casa solariega, dado que la balacera del lunes se escuchó en la misma como si estuviera ocurriendo en el patio. A una exalumna mía le robaron su camioneta a plena luz del día en el bulevar Alemán, mientras el Ejército patrullaba la Plaza De Armas lerdense. Una conocida alteró su forma de vida ante la realidad. Otra tendrá que replanteársela luego de llevarse el susto de su existencia en un lugar por el que ha transitado decenas de miles de veces.

Aunque a la mayoría de nosotros no nos ha tocado de cerca la violencia, la abulia e ineficiencia de las autoridades nos inyecta un sentimiento de impotencia e incertidumbre que se ve incrementado por la ola de rumores, que sirven de canal para intentar explicarse qué rayos está sucediendo en nuestras comunidades.

Una respuesta rápida y fácil a esa pregunta es que estamos cosechando polvos de aquellos lodos. Nuestra indiferencia a la forma en que se fue quebrantando no sólo la Ley, sino también normas básicas de convivencia, y aceptando como normal que ello ocurriera, está teniendo nefastas consecuencias.

Y es que dejamos que el rubro de seguridad, que debe ser la función número uno del Estado, siguiera envuelto en un manto de corrupción, ineficiencia y falta de profesionalismo. Permitimos que nuestro sistema judicial continuara sumido en el torpor y la ausencia de reformas elementales. Se vio como normal el crecimiento de las bandas delictivas que hoy se han convertido en un azote. Contemplamos con los brazos cruzados la infiltración del dinero mal habido en la industria, la política, y hasta lo religioso. Los grandes narcos se volvieron figuras del folklore nacional, simples personajes del nutrido anecdotario mexicano de lo bizarro y lo desmesurado.

Todo ello, y es un trago amargo el decirlo, ocurrió durante décadas. Y ahora venimos cosechando lo que sembramos. Como sociedad, como comunidad, como núcleo humano que se refugió en el absurdo, pero usual pensamiento de “Que al cabo a mí no me toca”.

Pero ahora ya nos tocó. O al menos, sentimos que estamos expuestos a que nos toque, aún sin deberla ni temerla. Y hemos proceder en consecuencia, exigiendo que las autoridades hagan lo que dejaron de hacer durante tanto tiempo. Y también aceptando que, como sociedad, hemos sido muy comodinos y dejados. Y esa actitud es una de las muchas cosas que tenemos que cambiar.

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