La concepción del profesor en los tiempos actuales ha cambiado diametralmente, de ser considerado un experto ejecutor de una instrucción programada, un informador, un “dador de clase”, a ser visualizado como facilitador de procesos de aprendizaje. Dejar de ser el más importante en el proceso educativo, nos lleva ineludiblemente a convertirnos en formadores de nuestros alumnos, ya que se nos ha demostrado que no somos (pero ni por mucho) los poseedores de la información.
Los profesores y su labor, son actualmente objeto de reformas educativas que los siguen reduciendo a la categoría de técnicos superiores y de simples ejecutores que se encargan de llevar a cabo dictámenes y objetivos programáticos decididos por expertos totalmente ajenos a las realidades cotidianas del aula.
El clima político e ideológico que la sociedad actual sostiene, no parece favorecer al profesorado y menos con las posturas asumidas por las disidencias contra el SNTE y la SEP, y que han llevado a movilizaciones masivas de profesores, en distintas partes del país en contra de la Alianza para la Calidad de la Educación y que vuelven a poner en entredicho la calidad moral y profesional del magisterio.
Ante este panorama, el profesorado tiene ante sí el enorme reto de entablar un debate público con sus críticos y detractores; cada vez más el profesorado en México tiene poco, si no es que nulo reconocimiento a su trabajo.
Es necesario comprometerse con la autocrítica respecto a la naturaleza y la finalidad de su preparación como docente; es de todos conocida la enorme cantidad de profesores que se encuentra en un espacio de confort que les proporciona el contar con su base y no se preocupa por su actualización y superación profesional. Organizarse colectivamente, no sólo para protestar acríticamente y sistemáticamente, sino para mejorar las condiciones de trabajo en el aula; nos referimos al trabajo colegiado desde las propias academias, desde los proyectos escolares, los consejos técnicos, con el fin de mejorar las condiciones en las que los profesores nos desempeñamos cotidianamente.
Demostrar a la opinión pública el papel central que debe destinarse al profesor; ya que para cualquier intento de reforma, cualquier modificación por innovadora que sea, nunca podrá operativizarse sin la convicción y la participación activa del profesorado.
A este respecto, es fundamental revisar el enfoque teórico que puntualiza la necesidad de implementar una nueva perspectiva que proporcione las bases para desarrollar un punto de vista alternativo sobre la formación y el trabajo de los profesores, la aportación teórica que Henry Giroux (España, 1990) hace a este debate, es una importante aportación y ésta gira en torno a dos aspectos fundamentales:
Primero, examinar las fuerzas ideológicas y materiales que han contribuido a reducir a los profesores a la categoría de técnicos especializados dentro de la burocracia escolar, con la función de gestionar y cumplimentar programas curriculares, en lugar de desarrollar críticamente los currículums. Este planteamiento me parece fundamental ya que el desempeño docente no puede limitarse sólo a un asunto de gestión escolar, sino a una profunda implicación con la transformación de la escuela, vía los planes y programas de estudio.
Segundo, la necesidad de defender a las escuelas como instituciones esenciales para la democracia crítica y a los profesores como intelectuales transformativos que combinan la reflexión y la práctica académicas, con el fin de formar ciudadanos críticos, reflexivos y activos.
Esta segunda postura teórica, que defiende la idea de repensar y reestructurar la naturaleza del trabajo docente, es la posibilidad de contemplar a los profesores como intelectuales capaces de transformar su propia labor y por ende sus escuelas.
La categoría de intelectual resulta útil porque ofrece una base teórica para examinar el trabajo docente como una tarea del intelecto, en contraposición a una definición puramente instrumental o técnica. Contemplarlos así aclara la importante idea de que toda actividad humana implica alguna forma de pensamiento; esto es crucial, al sostener que el uso de la mente es un componente general de toda actividad humana, exaltando la capacidad de integrar pensamiento y práctica.
Lo anterior pone de relieve el núcleo de lo que significa contemplar a los profesores como profesionales reflexivos de la enseñanza y no sólo como ejecutores profesionalmente equipados para hacer efectiva cualquier meta que se les señale.
Hay que insistir en que los profesores ejerzan activamente su responsabilidad de plantear cuestiones serias acerca de lo que enseñan, cómo lo enseñan y qué objetivos persiguen con lo que enseñan. Esto tiene una dimensión normativa y política relevante para los profesores, si creemos que el papel de la enseñanza no puede reducirse al simple adiestramiento de habilidades prácticas sino que implica educar intelectuales, lo que es vital para el desarrollo de la sociedad en un México libre.
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