Desde hace ya varias décadas, los programas de cómicos a altas horas de la noche han sido una constante en la televisión norteamericana. En una tradición inaugurada por Johnny Carson, el formato de todos ellos es muy similar y no ha sido modificado sustancialmente desde entonces, lo que prueba su efectividad: un monólogo inicial en el que se satirizan los personajes, noticias y acontecimientos de actualidad; entrevistas a personalidades de todos los ámbitos de la vida, que pueden ir desde domadores de hienas hasta candidatos presidenciales, pasando por actores y actrices a punto de estrenar película; algunos sketches más o menos bizarros; y un número musical para terminar. Siendo los Estados Unidos lo que son, el presidente o político notorio en turno suelen ser víctimas frecuentes de los dardos ponzoñosos de los presentadores.
David Letterman es uno de ellos; se suponía que iba a ser el sucesor de Carson cuando éste se retiró, pero la chamba se la dieron a Jay Leno, quien pronto aventará el arpa por un pleito contractual. Así que Letterman pasará a ser algo así como el decano de ese segmento televisivo. La verdad, se lo merece.
Pero entrando en materia, el pasado lunes Letterman tuvo un invitado extraordinario: el expresidente Bill Clinton. El buen Bill se retiró de los reflectores públicos para no hacerle sombra a su mujer cuando ésta inició su fallida búsqueda de la candidatura presidencial demócrata. Cuando Obama se convirtió en rival de cuidado, empezó a aparecer junto a ella, como para darle sus empujones de popularidad. Tras el colapso de la candidatura de Hillary, ahora Clinton aparece en un papel que no le conocíamos: el de Sabio Estadista en el Retiro, que da sus opiniones sobre los acontecimientos actuales… sobre los que ya no tiene ningún tipo de poder de decisión.
La entrevista del lunes resultó notable por varias razones. La primera, que Clinton fue bastante reticente a criticar de manera abierta las numerosas burradas de la Administración de W. Bush. Claro que lanzó algunas puyas con jiribilla, pero de ahí no pasó. El no pegarle a un presidente que va de salida, y en un momento crítico, es una de las reglas no escritas de la política norteamericana.
A propósito de la crisis hipotecaria y financiera que enfrentará quien sea que ocupe la Casa Blanca en enero, Letterman le hizo una pregunta retórica: estando las cosas como están, ¿quién rayos quiere un trabajo como el de presidente de los Estados Unidos? Clinton respondió que éstos son, precisamente, los mejores momentos para tomar el timón: son tiempos de retos y oportunidades, de enderezar y cambiar las cosas. Se debe ver la situación como un campo fértil para dejar huella en la historia. Y claro, si Estados Unidos ha salido de otras crisis, entonces saldrá de ésta. Y lo hará de la mano de Obama. Clinton rezumaba confianza por los poros.
O sea que el casquivano Bill se ha mantenido en forma, y se muestra optimista respecto al futuro. Ya el tiempo dirá si tiene razón. Lo que sí es que por allá, al parecer, lo extrañan cada vez más.