El Partido Acción Nacional insiste en presentarse como el partido del futuro. Su dirigente nacional ha dicho de muchas maneras que el mañana está de su lado. Los panistas insisten en tildar a sus adversarios como representaciones del pasado y dibujarse como cabeza de la modernización nacional. Nosotros vemos hacia delante, los otros siguen detenidos en el pasado. Ellos son, cada uno a su manera, nostálgicos; nosotros, el partido de la familia, “nos definimos por encarnar la esperanza”.
¿De qué esperanzas habla Martínez Cázares, el jefe del PAN? ¿Cuál es el futuro que encarnan los panistas? Puede decirse, en efecto, que hay una apuesta de futuro que reivindican los panistas. Pero se trata de una apuesta prestada, un proyecto que recogieron de la tecnocracia. El proyecto es un boceto que no entienden bien, en el que apenas creen y defienden sin aquellas luces y sin el convencimiento necesario para empujarlo con determinación. Es significativo que los panistas hayan estado ausentes del debate del petróleo que, supuestamente, es prioridad de su Gobierno. Es que el PAN no ha sido capaz de hacer un relevo programático desde que ganó la Presidencia en 2000. No ha logrado reemplazar su agenda electoral por una agenda reformista seria. Los gobiernos panistas se han limitado a incorporar cuadros ajenos a sus gobiernos, pero los panistas, celosos como ningún otro partido de los linajes, los han visto siempre como forasteros y han defendido de mala manera un proyecto que no sienten propio. De ese modo, el panismo sigue un libreto ajeno que apenas defiende de dientes para afuera. La incapacidad del PAN para convertirse en motor reformista no sólo proviene de su característica torpeza gubernativa. También anida en la profundidad de su conservadurismo. Es cierto que los panistas han sido negociadores torpes e incompetentes en la gestión de su poder, pero también es cierto que no han hecho propio ningún ideario reformista. No se ha vivido en el partido del Gobierno una renovación real del proyecto, tras la alternancia. El futuro sigue sin encajar en el PAN.
El futuro que el PAN soñó está en el pasado y no es mucho lo que pueden ofrecer sus ideas para construir el que está por venir. No es raro que así haya sido: una organización nacida para la conquista del sufragio olvidó pronto lo que era divisa crucial de su fundador: la técnica. Se convirtió en un partido de declamadores. Ahí está el futuro del PAN: en la cursilería de sus discursos. Julio Torri oponía el temperamento oratorio al artístico. El orador era un comunicador altisonante y vanidoso que dependía servilmente de su auditorio. Un adulador del teatro. El artista, por el contrario, es un creador que tiene la fuerza de alejarse del mundo para insertar su sensibilidad única.
Podría oponerse al temperamento oratorio a otra forma de la creatividad: el temperamento político. Aunque todo hombre de poder tiene que hablarle a otros, hay distintos fines de la saliva: las líneas de un periódico o la transformación de las cosas. Hay agentes políticos que creen que su misión es pronunciar discursos. Se deleitan por su ocurrencia. Se maravillan por la frasecita que captaron los reporteros y que ahora citarán mil veces. Los oradores han inventado una palabra horrible para describir su ejercicio cotidiano: posicionamiento. Su trabajo, al parecer, es posicionarse. Declarar dónde están y contra quién están. Por ello, buena parte de la energía intelectual está dedicada al epíteto. La vocación oratoria contrasta con la vocación propiamente política que no se deleita en la frase sino en el fruto, las palabras no son nada si no transforman algo. El PAN, como partido oratorio es una organización que, en ausencia de ideas para transformar al país, ofrece frases y discursos.
Acción Nacional rinde culto al futuro con sus discursos. Pero al pasado sirve con actos. Ya no puede decirse que sean anécdotas curiosas, hechos inconexos, personajes chuscos y arrinconados. Acción Nacional ha dado al país insistentes muestras de su compromiso con el pasado para desmontar el Estado laico y apalear los derechos individuales. El partido que encarna con desgana la modernización encuentra entusiasmo sólo en sus posturas más reaccionarias, primitivas y antiliberales. El simpático presidente del PAN ha dicho que “todos (supongo que se refiere a los militantes de su partido) tenemos un pequeño yunque dentro” (El universal, 18 de mayo, 2008). A la risa que provoca esa graciosa declaración, habría que añadir una lista de las numerosas acciones panistas que provienen de tal persuasión ideológica y frente a las cuales el dirigente panista ha guardado cuidadoso silencio.
Destaco dos embates panistas contra la modernidad: su intento de taladrar la muralla que separa el orden político del orden religioso y su desprecio a los derechos individuales. Un gobernador panista decidió financiar con recursos públicos a una secta religiosa y se lanzó a insultar a todo aquel que cuestionara su generosidad. Su partido no dijo nada de la donación, pero se permitió disentir de las palabras del gobernador. Si vas a poner tu Gobierno al servicio de la Iglesia, hazlo con palabras bonitas. Es larga la historia de ataques panistas a la libertad de expresión: los gobiernos azules como tutores de la moral pública que han de vigilar la vestimenta, el arte y las costumbres de los mexicanos descarriados. Ahora vemos también que bajo el cobijo de Acción Nacional se propaga la tortura. Y, de nuevo, el desprecio soez a la crítica. El partido de los señoritos es también el partido de los patanazos. En ninguno de sus dos frentes puede decirse que incube al futuro.
http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com/