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El pecado de envejecer

El comentario de hoy

Francisco Amparán

Álvaro Obregón solía decir que el único pecado de Don Porfirio había sido el de envejecer. Y quizá tuviera razón: si Díaz hubiera muerto en 1900, 1902 o por ahí, la imagen que tendríamos de él sería totalmente distinta. Y claro, nos hubiéramos ahorrado un millón de muertos, la destrucción del país y la hegemonía del PRI, todo ello resultado de la mentada Revolución. La terquedad de seguir vivo, y peor aún, en el poder, le echó a perder a Díaz su posición en la historia patria.

Además, y esto siempre hay que tenerlo en cuenta, la última imagen suele ser la que perdura en el imaginario popular. De manera tal que, siguiendo con el ejemplo de Díaz, al pensar en él uno ve a un viejito lleno de medallas y entorchados, canoso-canoso, y de mirada taciturna. Convertir a ese anciano en el brioso militar que combatiera a los franceses espada en mano y con el pelo negro, requiere un salto de fe que a la mayoría le resulta demasiado grande. Díaz se quedó de 80 años para el resto de la historia.

Lo mismo pasa con la mayoría de las figuras públicas, si lo siguen siendo hasta el final de su vida: si fueron famosas en su juventud por alguna virtud, real o imaginada, lo que de ellas se conserva no será eso, sino lo bueno o malo que realizaron en sus últimos años. Cabe recordar los ridículos que hizo María Félix en la última etapa de su vida, poniéndose a grabar discos y teniendo los mismos desplantes de medio siglo atrás… pero para entonces ya era motivo más de lástima que de escándalo. Y eso será lo que de ella recuerde mucha gente, especialmente los jóvenes que nunca la han visto en otro papel que el de patética anciana revoltosa medio gaga.

Por ahí va la cosa con Charlton Heston, quien falleciera recientemente. Pónganse a pensar qué imagen tienen actualmente de él, comparándolo con otro actor de su generación, Kirk Douglas. A este último lo vemos como un abuelo socarrón, con afasia por una embolia, que regaña a su hijo Michael por algunas decisiones tomadas en su vida profesional y personal. Así es como lo hemos visto las últimas veces. Comparen eso con lo último que recordamos de Charlton Heston: a quien la hiciera de Moisés y Miguel Ángel lo vemos más bien levantando un rifle y proclamando “Sólo me lo arrancarán de mis frías manos muertas”. O dejando plantado a Michael Moore cuando éste lo cuestiona sobre la muerte por arma de fuego de una niña de seis años, en su pueblo natal de Flint, en “Bowling for Columbine”.

Efectivamente: a quien fuera el actor épico por excelencia hace cuarenta y cinco, cincuenta años, lo recordaremos no por eso; sino porque encarnó y le dio voz al fanatismo de quienes insisten en que Estados Unidos esté inundado de armas de fuego, pese a los peligros y daños que ello conlleva.

Quizá Heston se merece otra cosa. Pero él tomó su decisión y ahora tendrá que llevarse esa imagen a la tumba.

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