El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española tiene tres definiciones posibles para la palabra “ironía”: “1. f. Burla fina y disimulada. 2. f. Tono burlón con que se dice. 3. f. Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice”. En la tercera definición, creo, está el centro de la controversia que se ha suscitado por la portada de la revista New Yorker de esta semana.
En dicha portada aparecen el próximo candidato presidencial demócrata Barack Obama y su esposa Michelle en la aparente comodidad de su hogar. El problema es que Barack aparece vestido con la indumentaria que uno está acostumbrado a relacionar con los fundamentalistas religiosos musulmanes: turbante, túnica y sandalias; para acabar de fruncir lo arrugado, en la pared de la estancia se aprecia un retrato de Osama bin Laden. Su mujer, a su vez, es representada con un peinado afro de allá de los setentas, vestida de guerrillera y con fusil de asalto al ristre. Ambos se saludan con los puños, como si pertenecieran a alguna especie de banda gangsteril. Ah, y en la chimenea se puede ver una bandera norteamericana quemándose.
En teoría, con esas imágenes la revista New Yorker quería ironizar la manera en que la extrema derecha ha intentado manchar la imagen de Obama, dado que ha recurrido a tácticas que si no fueran tan sucias, resultarían ridículas. Por ejemplo, haciendo circular una foto de Obama con, precisamente, túnica y turbante… de cuando visitó Somalia hace algunos años. O enfatizando que su segundo nombre es Hussein. O insistiendo en que es musulmán, siendo que algunos de sus peores dolores de cabeza recientes se los ha causado el pastor protestante de la iglesia a la que ha acudido desde hace años. Quien conozca esos datos, y sepa que New Yorker es uno de los bastiones de la prensa liberal norteamericana, puede colegir que la portada es, en efecto, irónica. Pero ¿cómo saber que “da a entender lo contrario de lo que se dice”?
En esta época en que campea lo “políticamente correcto”, pareciera que la ironía corre el riesgo de convertirse en un recurrente tiro por la culata para quien la use: ¿cómo ironizar, si mucha gente no entiende la ironía, y se traga todita la información sin procesarla? Con otra: ¿por qué se enojan algunos partidarios de Obama… si dicen que captaron el mensaje, pero lo siguen considerando injurioso?
Quizá lo que está ocurriendo es que los medios (especialmente impresos) se han mostrado cada vez más medrosos en usar ese instrumento afilado que es la ironía. Y el culto público es cada vez más ret con todo lo que ello conlleva icente a fijarse en sutilezas. Si ello es cierto, estaremos perdiendo gran parte del proceso de comunicar y comentar noticias: el de poder burlarnos sutilmente de los sujetos noticiosos. Eso sí que sería una pena.