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El PRI y los presidentes de México/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Lectores y amigos nos preguntan reiteradamente si a México le ha ido mejor en los gobiernos de la alternancia o en los tiempos del Partido Revolucionario Institucional. Nuestra respuesta es a favor del PRI.

Quizá este partido tenga muchos defectos, pero es evidente que cuando gobernó, el país logró avanzar gracias la unidad de metas autoimpuesta por los presidentes emergidos de sus filas que actuaron de acuerdo a los programas sociales, políticos y económicos expresos o implícitos en sus declaraciones ideológica y programática. Fue patente que de 1929 a 1969 los sucesivos gobiernos revolucionarios dieron continuidad a la obra de cada anterior jefe del Poder Ejecutivo federal, seguros de responder a las aspiraciones de justicia social y económica de la Revolución Mexicana.

Hubo notables avances en infraestructura en Petróleos Mexicanos, en irrigación rural, en generación de energía eléctrica, en comunicaciones terrestres y aéreas, en aeropuertos, en salud pública, en seguridad social, en servicios, urbanismo, construcción de escuelas, caminos rurales, agricultura y ganadería; en educación básica, media y superior y en instituciones culturales más un largo etcétera en otros ramos de la administración pública.

Abelardo Rodríguez, Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz supieron jerarquizar las necesidades más ingentes de la República y no vacilaron en dedicar su mejor entusiasmo, recursos fiscales y prolongadas horas de trabajo para consolidar y estabilizar la economía del Gobierno y del país.

En aquellos años fueron contadas las devaluaciones de nuestra moneda. La economía nacional y las finanzas públicas se vigilaron con esmero. La paz social y la seguridad pública estaban garantizadas. Las relaciones diplomáticas se conducían con respeto al derecho de las demás naciones, pero en la preocupación del Gobierno siempre tuvieron prioridad los intereses nacionales, públicos o privados.

El trato con los vecinos del Norte era cordial, pero puntilloso para no otorgar una ventaja al vecino sin obtener algo a cambio; por ejemplo, los tratados de migración laboral entre las dos naciones. Jamás supimos de migraciones ilegales. En aquellos años los braceros pasaban la frontera amparados con tarjetas expedidas por el Gobierno Mexicano y avaladas por el Congreso de la Unión, mismas que los estadounidenses respetaban.

La debacle mexicana se inició en 1970 bajo el Gobierno de Luis Echeverría Álvarez quien desató un delirante populismo en toda la nación. Acceder a los caprichos de los jóvenes, especialmente de los estudiantes, respondía seguramente a su complejo de culpa por los trágicos sucesos del 2 de octubre de 1968; pero igual comportamiento tuvo ante los obreros, campesinos y las clases populares. Dar, dar y dar sin alguna responsable contraprestación de los beneficiarios. Lo peor es que la complacencia obsequiosa se repetía con los países de Centro y Sudamérica. Petróleo a más no poder, préstamos sin cuenta, becas, donaciones y empleos o becas a políticos en fuga que fueron asilados por México. Obviamente el último día del mes de agosto de 1976 el Gobierno anunció una catastrófica devaluación monetaria no vista anteriormente.

El sucesor de LEA, su amiguísimo José López Portillo, ex secretario de Hacienda y Crédito Público, no quiso ser menos y fue más populista y desorganizado que su antecesor. Él padecía complejo de superioridad y así borró a los técnicos financieros para asumir la conducción de la economía y las finanzas. Esperanzado en los efímeros altos precios del petróleo se dedicó a gastar sin mesura los altos ingresos por la venta del combustible. También regaló petróleo a Cuba, a Nicaragua y al país que le solicitara auxilio. Dinero tirado a la calle y devaluación segura al final del sexenio, a la que respondió con la nacionalización de la banca privada. Más dinero al bote de la basura.

Después vendría Miguel de la Madrid Hurtado quién pensando hacer bien hizo regular, pues sólo pavimentó el camino de la apertura económica al suscribir el tratado con la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio. Y al terminar su gestión dejó cual sucesor a quien definitivamente abriría las aduanas al comercio internacional: Carlos Salinas de Gortari. De esto hace quince años. Sordo al clamor popular, Salinas firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, con Canadá y Estados Unidos. Si, precisamente el compromiso internacional que hoy combaten los campesinos asesorados por el mismísimo PRI ante la complacencia del Partido de la Revolución Democrática y de su líder virtual Andrés Manuel López Obrador.

El PRI pudo haber tenido muchos pecados políticos, entre los cuales fulgura la incongruencia; sin embargo nadie puede negar los avances de reconstrucción, progreso y estabilidad económica que promovió en el país aquel viejo PRI que gobernó de 1929 a 1969.

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