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El Principito en la línea de fuego

El comentario de hoy

Francisco Amparán

Inglaterra, bien lo sabemos, es una tierra pletórica de tradiciones. Y sus habitantes se toman muy en serio el conservarlas, a pesar de lo fluctuante de los tiempos.

Una de las tradiciones inglesas más preciadas consiste en que la familia real debe compartir las penalidades de su pueblo. Sus miembros serán todo lo pomposos y estirados que se quiera, pero la Casa de Windsor siempre ha considerado un blasón de orgullo el partírsela junto a sus súbditos cuando las cosas se ponen color de hormiga.

Así, en las horas más aciagas de la Segunda Guerra Mundial, cuando Londres y otras ciudades británicas estaban siendo hechas talco por los bombardeos de la aviación alemana, la Reina Madre se negó airadamente a ser evacuada junto a sus hijos al Canadá. Su hija Isabel, la heredera del trono, sirvió como mecánica de la Real Fuerza Aérea, como cualquier plebeya. Cuando el castillo de Windsor resultó dañado por un ataque de la Luftwaffe, la Reina Madre hasta suspiró con alivio: “Ahora sí podré ver a los ojos a los habitantes del East End” que habían perdido sus casas.

Y como parte de esa tradición, los miembros varones de la familia real tienen que recibir entrenamiento militar; y a la hora de los trancazos, pelear codo a codo con sus súbditos.

Así, cuando los británicos dirigieron toda su Fuerza Militar para recuperar las Islas Malvinas invadidas por los argentinos, el Príncipe Andrés actuó como piloto de helicóptero naval. Cuando supo eso, uno de los gorilas argentinos exclamó: “Échennos al principito”. Como sabemos, el principito y sus cachanchanes les pusieron una paliza a los argentinos… cuyos jefes no se dignaron pararse en el campo de batalla. Muy buenos para torturar civiles inermes, pero incapaces, los muy cobardes, de asumir la responsabilidad de conducir a sus tropas en la línea de fuego. Y lo que sea, el principito sí le dio la cara a los plomazos. Ustedes dirán qué es más digno: una monarquía rancia y anticuada, pero que asume sus deberes o una dictadura sanguinaria… pero eso sí, muy republicana.

Todo ello viene a cuento por el escándalo que se armó cuando se filtró la noticia de que el Príncipe Harry, tercero en la línea de sucesión al Trono de San Jorge, llevaba varias semanas viendo acción bélica en Afganistán, como parte de la colaboración británica bajo el manto de la OTAN en ese país. Hace unos meses se había anunciado que Harry no iría a Irak para no poner en riesgo a su unidad… y por eso lo enviaron a la sorda a otro frente de batalla. Ahora que su anonimato se fue por el caño, lo van a tener que regresar a casa. Pero ahí queda el ejemplo: el joven príncipe expuesto a la muerte cumpliendo su deber. ¿Cuántos políticos de todo el mundo pueden presumir de lo mismo? ¿Se acuerdan dónde pasó George W. Bush la guerra de Vietnam? Defendiendo los cielos de Texas contra… palomas cochinas, la única amenaza perceptible en esos tiempos. Por algo los ingleses quieren y defienden tanto a su monarquía.

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