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El problema del Tíbet

El comentario de hoy

Francisco Amparán

Aún recuerdo la fecha, en 2001, cuando el mafioso Comité Olímpico Internacional le concedió la sede de las Olimpiadas de este año a la ciudad de Beijing: muchos ciudadanos chinos, y no sólo de esa población, salieron a celebrar a las calles, cantando y bailando con una alegría francamente contagiosa. Hacía buen rato que no se veía una explosión multitudinaria de satisfacción a nivel nacional de ese calibre.

¿A qué se debía semejante exultación? ¿Los chinos celebraban por adelantado la cantidad de llaveros, ceniceros y calcomanías que iban a vender con la imagen de las mascotas de la Olimpiada? ¿O estaban pensando en la cantidad de chunches “piratas” que les iban a endilgar a los millones de incautos turistas que visitarían el Imperio del Centro?

No. O bueno, tan desbordada alegría no nada más era por eso. En realidad la celebración tenía que ver con la percepción de que organizar unos Juegos Olímpicos es una especie de certificado de madurez como país. De que se es aceptado en la comunidad internacional como un participante en toda forma, y que ya se alcanzó la solidez e institucionalidad como para ser tomado en serio. Para los chinos, el que se les concedieran los Juegos Olímpicos de 2008 era un aval de confianza y diploma de buena conducta… algo que anhelan con particular deseo, en vista de que durante buena parte del siglo XX China fue considerada un paria, y ni quién fumara a tan antigua y orgullosa cultura.

Claro que el ser sede de las Olimpiadas no es garantía de nada. Unos años después de hospedar las de invierno, Sarajevo se volvió el símbolo del infierno en que se convirtió Yugoslavia. Y cuarenta años después, México sigue casi igual de inmaduro y adolescente que cuando Queta Basilio prendió el pebetero en el Estadio de CU.

En todo caso, para los chinos este año es bien importante: quieren abrirse al mundo y mostrar sus notables logros de los últimos 25 años. Y al mismo tiempo, enviar el mensaje de que el mundo no debe temerle a un gigante que está despertando. Por eso quieren que todo salga a pedir de boca.

Y es por eso que los reciente disturbios ocurridos en Tíbet les pusieron los pelos de punta a las autoridades chinas. No por que los extranjeros puedan darse cuenta de la barbarie que ha estado ocurriendo en esa zona desde hace décadas… dado que el acceso al Tíbet es muy restringido. Sino porque la breve revuelta tibetana le recordó al mundo el culturicidio que China viene efectuando desde hace casi medio siglo en aquel remoto altiplano.

China sabe que, para ser un líder mundial, debe crearse una imagen benigna. Y para eso servirán los Juegos de Beijing. Pero resulta muy fácil ensuciar esa imagen; es tan simple como mostrar la triste realidad de lo que le ha hecho a Tíbet.

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