No son pocos los empresarios, gobernadores, jerarcas eclesiales, intelectuales y dirigentes sociales cuyas voces sienten que rebotan en Los Pinos.
No se trata, desde luego, de figuras que intentan acudir o acuden a la residencia oficial del presidente de la República con mantas y pancartas para hacer sonar consignas o matracas para enarbolar reclamos. No, son personalidades preocupadas por la situación prevaleciente y que, más allá de su eventual simpatía por el jefe del Ejecutivo, desean respaldar la actuación del gobierno... pero nomás no acceden al oído presidencial.
Se topan con que los más cercanos colaboradores del presidente Felipe Calderón simple y sencillamente no les toman la llamada telefónica o, peor aún, se las reciben para engañarlos, asegurándoles que transmitirán su deseo y gestionarán una audiencia y, apenas cortan la comunicación telefónica, se olvidan por completo del asunto.
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El respaldo, chico o grande, de esos actores al mandatario, así, se ha ido perdiendo o transformándose precisamente en lo contrario.
Varios gobernadores del PRI con simpatía por la reforma petrolera han resuelto mejor no meterse en camisa de 11 varas porque, cuando han manifestado disposición para emprender acciones coordinadas y conjuntas con Los Pinos sobre ese asunto, se han encontrado con cierta reticencia o resistencia a tan siquiera ser oídos. Varios jerarcas eclesiales arrastran el sentimiento de que en tiempos de campaña el entonces candidato presidencial panista les pedía ser escuchado y, ahora, de no tener título de Nuncio Apostólico, ni quien los oiga.
Asimismo, un influyente intelectual en los círculos del poder cuenta que cuando el brazo derecho todavía existía ni siquiera se dignó a tomarle el teléfono y, obviamente, ha resuelto tomar distancia de la Presidencia. Y, desde luego, no faltan los empresarios que narran con estupor la indiferencia, desinterés o molestia que suscitan en Los Pinos.
Historias como ésas –por no decir, frustraciones como ésas– se escuchan de más en más. Sin desconsiderar que ese deseo de acceder a Los Pinos implique el propósito de derivar beneficios particulares, esas historias comienzan a configurar la idea de que en la Presidencia de la República se está perdiendo el oído.
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Quienes comentan su frustración por la falta de oído en Los Pinos se resignan ante el hecho y, a manera de explicación, elaboran distintas hipótesis al respecto.
Algunos justifican esa situación argumentando que los términos de la elección presidencial dieron por resultado un jefe del Ejecutivo en cautiverio que, aún hoy, no encuentra la forma de hacer de la residencia oficial la sede y no la prisión del presidente de la República. Parten de la idea de que el mandatario ganó la elección, pero no el gobierno y, entonces, atenazado por una amplia gama de presiones e intereses, el mandatario quiere sacudirse compromisos adquiridos (voluntaria o involuntariamente) para ampliar su margen de maniobra y, de ahí, la decisión de aislarse. Sólo así se explican que casi nadie atienda llamadas en Los Pinos.
Otros no ven novedad en el asunto. Así es y ha sido Felipe Calderón. Un cuadro panista con clara y recia conciencia de los postulados socialcristianos que, ante el vacío de la izquierda que cuestiona su legitimidad, se resiste a tirarse en brazos de los representantes del capital, la Iglesia, el priismo neoliberal o el pensamiento de la derecha inteligente. Así se lo explican pero, al mismo tiempo, consideran que la opción presidencial de respaldarse en las Fuerzas Armadas o el sindicalismo corporativo sobreviviente, petrolero y magisterial, en vez de mantenerlo a salvo del fuego cruzado terminará por abrirle un tercer flanco donde no se lo espera.
Unos más no ven tan enredado el asunto. Sencillamente estiman que el mandatario no supo o no pudo integrar un equipo de trabajo eficiente y que, ahora, con cierta dosis de soberbia, se resiste a realizar los cambios que la propia circunstancia presidencial exige. No los ordena, según esto, porque se lo piden, y él es un ferviente creyente de aquella idea de que cambio bajo presión, es declaración de debilidad. De ese modo conserva al brazo derecho aunque éste sólo le cuelgue; mantiene a los secretarios de Estado aunque no los quiera ni le funcionen; y preserva al nuevo equipo Pinos aunque éste se perciba como un grupo de entusiastas muchachos, fascinados por los resortes del poder que no tienen.
En conjunto o por separado, lo cierto de esas hipótesis es que, a un año y medio del arranque la Administración, el Gobierno se ve desmadejado. Menos articulado, más abrumado por los problemas, menos intencionado en sus proyectos y más confundido.
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Complicado por su origen y desde su inicio, el Gobierno se ve ahora bastante emproblemado.
La red natural de apoyo del Gobierno simple y sencillamente no opera. Los gobernadores panistas son una facha. Se salva el gobernador potosino, Marcelo de los Santos, que ya dio color y el morelense Marco Antonio Adame que todavía no da color. De ahí en fuera, los demás son una mala caricatura de los más folclóricos caciques que, en algún momento, tuvo el PRI. Al gobernador jalisciense, Emilio González, lo único que se le puede pedir es que no ponga demasiados hielos a los malos tragos que le hace pasar al Gobierno Federal, y a los gobernadores de Querétaro, Aguascalientes, Guanajuato, Baja California o Tlaxcala no se les puede pedir mucho. Con todo, no deja de llamar la atención que un conjunto de ocho mandatarios estatales no respalden o le regateen el respaldo al presidente de la República.
En las coordinaciones parlamentarias el asunto no es mucho mejor. Al menos, en el caso del Senado, la sobrevivencia política de Santiago Creel es todo un enigma o es la más terrible muestra de debilidad del Gobierno y su partido. Cuando el legislador no complica los problemas al Gobierno, se vuelve piedra de escándalo en las revistas o secciones de espectáculo. Si se le pide apoyar el diagnóstico de la industria petrolera, él acepta debatir con Andrés Manuel López Obrador para después decir que siempre no. Si se le pide cuidar la tribuna, él opta por sentarse en medio del pleno y no en la presidencia del Senado...
La coordinación entre el Gobierno y el partido es, francamente, un imposible. Germán Martínez encabeza la política partidista, pero Juan Camilo Mouriño no encabeza la política interior. Y, obviamente, coordinarse con un fantasma no es algo sencillo.
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Sin esa red de apoyo propio, desconfiado de la posibilidad de construir una nueva red de apoyo externo, sin posibilidad de apoyarse precisamente en la resistencia de izquierda y dependiente del apoyo de las Fuerzas Armadas y el sindicalismo corporativo del magisterio y los petroleros no se advierte el momento en que crezcan las ramas de Los Pinos para darle sombra y cobijo a un poder que no acaba de configurase.
Grave en cualquier circunstancia esa situación, los problemas estructurales y coyunturales que presionan de más en más decisiones mucho más fuertes y mucho mejor pensadas deberían, al menos, cuidar el oído presidencial.
Está sonando el río... ¿se escucha en Los Pinos?
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