EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

El Sagrario

ARCHIVO ADJUNTO

Luis F. Salazar Woolfolk

En el entorno de inseguridad que vivimos, el martes de la semana pasada uno o varios ladrones entraron al templo de Los Ángeles en la colonia del mismo nombre en la ciudad de Torreón, y robaron el Sagrario que contenía un copón con veintiséis Hostias Consagradas.

El templo permanece abierto durante todo el día y es un centro de actividad al servicio de la comunidad. El párroco Ricardo Vargas, es un hombre que permanece en la trinchera y no está solo porque Dios está con él sin embargo, dadas las circunstancias se presume que los ladrones acecharon en espera de un momento en el que el personal a cargo se encontraba ocupado en la sacristía y aprovechando la soledad del templo, al filo del medio día, se apoderaron del Sagrario que posteriormente fue arrojado en una colonia aledaña semidestruido y vacío.

Los católicos tenemos la convicción de que Cristo es Dios y que por Amor asumió nuestra naturaleza para hacerse presente y acompañar al género humano en su incierto peregrinar por este mundo. La entrada de Cristo en la historia es la culminación de un proceso milenario de revelación contenido en la Biblia, que superó las antiguas formas de culto religioso.

La Eucaristía es el sacramento en virtud del cual Cristo perpetúa su presencia entre nosotros mediante la renovación incruenta de su sacrificio en la cruz. La noche anterior a su pasión Cristo compartió el pan y el vino con sus apóstoles, y les confirió el poder de convertir tales especies en su cuerpo y su sangre en un memorial que les mandó celebrar hasta el final de los tiempos, desde donde sale el Sol hasta el ocaso, y desde entonces ha sido el centro de la vida cristiana.

De acuerdo a tales antecedentes es evidente la importancia que en teoría tiene la Eucaristía para los católicos, sin embargo, también es patente la deserción en que hemos incurrido de nuestra vida interior, en perjuicio de nuestra salud espiritual personal y por ende de toda la comunidad.

El Santísimo que en todo templo Católico espera con los brazos abiertos bajo la tenue luz de una lámpara votiva, es objeto de un indiferente abandono por parte nuestra, que da cumplimiento al vaticinio del Profeta Daniel cuando anuncia “la abominación de la desolación en el lugar Santo…”.

El robo que se comenta es un acto vandálico de profanación que pese a su gravedad no perturba la majestad de Dios, pero sí denigra a quienes lo cometieron e interpela a nosotros los católicos en función del abandono en que tenemos a nuestra Iglesia y a nuestra vida espiritual personal y comunitaria, a todo lo cual hemos dado la espalda para encerrarnos en la autocomplacencia de nuestra mezquina pequeñez material.

No sólo hemos desertado de nuestros templos y de la vivencia efectiva de nuestros principios religiosos, sino que además hemos abandonado a nuestros semejantes más pobres y desvalidos. También nos hemos desentendido de nuestras corporaciones policiacas, nuestros tribunales, nuestras escuelas y universidades, nuestra política, nuestro arte y nuestra cultura y a ello se debe el deterioro humano y social que es causa del círculo vicioso de violencia, crimen e impunidad que nos secuestra y que nos mata. Hemos desertado de lo verdaderamente importante de nuestras vidas y en la práctica hemos dejado de creer en Dios para creer en cualquier cosa.

Somos peores que los ladrones que robaron el Sagrario y su contenido, quizá seducidos por la leyenda urbana según la cual los vasos sagrados son de oro macizo. Lo más probable es que tales ladrones ni siquiera sepan lo que hacen, pero nosotros sí.

Correo electrónico: lfsalazarw@prodigy.net.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 401511

elsiglo.mx