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El Señor López

Gilberto Serna

Hay cosas que se pueden, pero no deben hacerse. Es el caso de un boxeador cuyos puños están adiestrados para golpear, en ocasiones con resultados fatales. Una pelea no es pareja, ni ética, cuando uno de los contendientes trae una metralleta y el otro esgrime un astillado palo de escoba para pelear. Es un abuso invitar a una persona a que acuda a una entrevista y de pronto se le hagan preguntas capciosas que, conteste lo que conteste, le harán quedar mal ante la audiencia poniéndole el ojo de un proyector encima como si se tratara de la reja de una reclusorio del que no puede evadirse. Eso vi en un aparato de televisión que capta imágenes proyectada en cadena nacional desde la Ciudad de México. Dio la impresión, el conductor de un programa de noticias, de ser un arrogante fiscal de hierro que se sabía en poder de todo un arsenal para favorecer a una corriente ideológica que no necesita de un pelotón de fusilamiento para acabar con sus enemigos. No, no me gustó lo que se dijo, pues más pareció un enjuiciamiento que un sereno programa de preguntas y respuestas.

Hubo ahí un duelo verbal con ventaja para el entrevistador que traía consigo la espada desenvainada de la que su entrevistado carecía. Fue relativamente fácil aprovechar el desconcierto de su víctima. Que he de dejar sentado que el Señor López no es una perita en dulce ni santo de mi devoción, pero me parece que tiene derecho a expresar, lo que salga de su ronco pecho, que debemos respetarlo, pues si bien podemos no estar de acuerdo con sus ideas es un mexicano que chueco o derecho, de alguna manera, sirve de freno a los excesos en que pudieran caer algunos sectores del poder público. No sé hasta dónde lo que aduzca sea verdad o mentira, que pueda ser producto de los embates que ha venido sufriendo desde que decidió correr la aventura de buscar sentarse en la silla presidencial. Dice que le robaron la elección, puede ser que sí, pero también puede ser que no. Lo acusan ahora de que se empecina en oponerse a que participen grandes corporaciones extranjeras en la explotación del petróleo, deteniendo el progreso del país. Puede ser que sí, pero también puede ser que no.

Lo que dejó la cola de fuera, que da pie a este comentario, fue el uso de un tono de voz cuya agresividad no se tomó la molestia de disimular. Dejó claro que estaba ahí para apabullar a su interlocutor. Me dio la impresión de que era aplicable la frase de que: “el que paga, manda”. Lo cual no me parece que esté del todo mal; cada quién se dedica al oficio que mejor le acomode pues antes que otra cosa está el manducar con su familia. Sin embargo, ¿qué debe uno esperar de un comunicador? Lo primero: que oriente a la opinión pública, lo segundo, que haga accesible al entendimiento de las mayorías lo que sucede en su país, lo tercero, que se deshaga de prejuicios y en un acto de gran honradez profesional se mantenga ajeno a los intereses en pugna sin tomar partido, ni a favor ni en contra, pues su deber profesional es permanecer si no impasible, sí con una imparcialidad que lo deje satisfecho aun consigo mismo. Pero sin llegar a comportarse como el Tribunal de Nüremberg, que juzgara y castigara las atrocidades que cometieron los nazis en la Segunda Guerra Mundial, que de tribunal sólo tenía el nombre. Si Adolfo Hitler hubiera ganado la guerra otros ocuparían el banquillo de los acusados.

La entrevista que le hizo el comunicador Carlos Loret de Mola a Andrés Manuel López Obrador me trajo a la memoria al vocero de la Presidencia de la República, Rubén Aguilar, que trabajaba con el entonces presidente Vicente Fox y frecuentemente tenía que corregir sus metidas de pata, que en un intento por denigrar al entonces gobernador de la Ciudad de México, en las conferencias de prensa lo citaba como el Señor López, así nada más, suprimiendo su nombre propio y apellido materno, dando a entender que sus cuerdas vocales no podían articular el nombre completo dada la tirria que le tenía su patrón, estimando que no merecía otro tratamiento que no fuera el del desprecio o bien quedara subyacente que para los detentadores del poder el Señor López carecía de progenitora, lo que sería una forma sutil de considerarlo indigno de estimación, dándose paso a que fuera tratado con desdén, siendo una forma de llevarlo al desprestigio. Con ese mismo criterio, en la susodicha entrevista, cada vez que el perredista reclamaba que al contrario de otros partidos al suyo se le negaba cobertura, el comunicador con sorna indicaba: “¿que no lleva usted aquí media hora frente a las cámaras, de qué se queja, entonces, si usted lleva largo tiempo acaparando los micrófonos?”. Era sin duda un camelo para los televidentes por que en momentos críticos no se le dio la oportunidad de transmitir y si ahora se le otorgaba largo tiempo, con micrófono abierto a los tele-escuchas; la intención era evidente: exponer al entrevistado al ludibrio público.

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