“Estoy muy preocupado por poder perder mi trabajo; y es que ya no me alcanza con lo que gano; ¿y si no pudiera pagar las mensualidades de la hipoteca de mi casa, etc.?”.
Todos oímos con mucha frecuencia este tipo de temores, y más, a medida que la economía nacional e internacional se deteriora. Sabemos que empresas de las más importantes del mundo se van a la quiebra, y que inmensos imperios bancarios quedan en la bancarrota. Pero a estos males que sí existen en la realidad, se suma una serie de exageraciones y distorsiones de las personas preocupadas, lo que las puede llevar a la depresión.
Pequeños comerciantes, empleados, desempleados, etc., que generalmente vivían con una gran alegría por la vida y que sentían un genuino orgullo por su persona, su trabajo, y por la forma como atendían a sus hijos y cónyuge, de pronto, empiezan a perder esa alegría de vivir. Ahora, dudan de su eficacia como sostenedores de su familia, sus preocupaciones los alejan de lo que anteriormente les interesaba.
Ya están dentro del laberinto del comienzo de una depresión, y se sienten atrapados sin ver la luz y una salida a ese nuevo estado de ánimo donde todo está pintado de gris; ánimo que sólo anuncia catástrofes y ruinas.
Por supuesto que no se trata de hombres y mujeres que desean ganar la atención de nadie con su depresión, ni son personas que les guste sufrir. El problema consiste en que a los “problemas reales”, les agregan una serie de actitudes equivocadas, que son las que los conducen a la depresión.
Si no vemos el mundo a través de los ojos de estos deprimidos, jamás podremos comprender por qué razón, personas que pasan por similares o peores problemas, no se deprimen; y en cambio, otras personas sí caen en depresiones graves, que prácticamente las convierten en verdaderos inválidos e incapaces para poder afrontar sus “problemas reales”, y sus propias depresiones.
Si uno de los cónyuges quiere ayudar al otro que está deprimido, o el hijo a uno de sus padres, o los padres al hijo, necesariamente tendrá que entrar en una sintonía afectiva con el deprimido. Los sermones, regaños, frases de ánimo, etc., no le serán de la menor utilidad al deprimido. Quien quiera ayudar, tiene que resultarle absolutamente lógico, que el otro esté deprimido. Si no le parece lógico y absolutamente comprensible (no justificable), no podrá ayudarlo, porque simplemente, no lo está entendiendo.
Primero que todo, la persona deprimida dejó de aplicar su “sentido común”, que todas las personas gozamos de él. Nuestro “sentido común” nos permite distinguir lo falso de lo verdadero, sentido común que consiste en pensar y obrar adecuadamente.
¿Y qué es lo que hace la persona deprimida ante sus preocupaciones económicas? O más bien, ¿por qué la persona que no estaba deprimida, ahora sí lo está? El hombre o mujer que se encuentran en problemas económicos empiezan a dejar de aplicar su “sentido común”, al empezar a confundir su falta de dinero con el hecho de empezar a creer que son “incapaces para mantener a su familia”. Una vez que empiezan a creer en su incapacidad, pasan luego, a estarse criticando todo el tiempo; y empiezan a decirse y creerse ideas como estas: “es que soy un incompetente; mis problemas económicos no tienen solución, y por ello, mi presente está mal; con una situación así, mi futuro es negro”.
Para una persona que no se critique y piense que su futuro es negro, aun cuando sus ingresos sean muy escasos, no puede comprender por qué razón su vecino sí esté deprimido. Y no lo comprende, porque esta persona no se autocritica constantemente; se siente apretado en su actual situación económica, pero no por ello, se declara un incapaz y que nada vale; tampoco ve su futuro lleno de negras nubes; y en una palabra, no ataca su valor como persona ni mata anticipadamente sus expectativas para el futuro.
Nos dice Critilo, que el “sentido común” de cada uno de nosotros, es decir, el pensar y obrar adecuadamente, constituye uno de los tesoros más grandes que nos ha dado la naturaleza, y así lo pensaba el genial filósofo francés Descartes, quien escribió en su obra, El Discurso del Método, lo siguiente: “Eso testifica que la potencia del bien juzgar y distinguir lo verdadero de lo falso, que es lo que propiamente se llama buen sentido o razón, es, por naturaleza igual en todos los hombres”.
Podemos estar apretados, o muy apretados económicamente, pero eso jamás justifica que nos deprimamos por ello; de hecho, no nos deprimimos por nuestra apretada situación económica, sino por que dejamos de aplicar nuestro “sentido común”. Al dejar de aplicarlo, empezamos a criticarnos muy severamente y sin justificación, a degradarnos, acobardarnos sin razón, y a cancelar nuestro futuro. Al pensar así, entraremos en depresión, y ya deprimidos, no podremos ver claro ni pensar sensatamente.
¡No hay ninguna razón para acusarnos de incompetentes, ni para considerar a nuestro presente como un desastre, como tampoco hay la mínima razón para vernos sin futuro!