En los países decentes, entre los que evidentemente no se encuentra México, los funcionarios públicos se toman muy a pecho la responsabilidad que los ciudadanos depositan sobre sus hombros. Tanto así, que con frecuencia se dan casos en que un superior renuncia avergonzado por una burrada cometida por un subalterno, de cuya existencia el funcionario ni siquiera tenía conocimiento… como, muy posiblemente, también ignoraba todo con respecto a la burrada cometida. Pero como el que metió la pata en teoría estaba a su cargo, pues hay que asumir la responsabilidad última.
Recuerdo de mis días en Canadá cómo el Ministro de Salud de aquel país renunció porque había sido incapaz de prever los alcances de la epidemia del SARS. Aquí entre nos, nadie en este planeta tenía la más remota idea de que un nuevo virus iba a propagarse de Hong Kong a Toronto por vía aérea, ni del impacto que iba a tener. Pero a ese ministro le pareció que había defraudado la confianza pública, e hizo a un lado puesto y nómina, para salvar su sentido de honor. Sí, ya sé que este último concepto es totalmente desconocido entre la clase política mexicana. Pero no está de más mencionarlo, así sea como remota referencia.
Hace unos días, el Ministro de Defensa de Francia, Bruno Cuché, presentó su renuncia al presidente Nicolas Sarkosy, el cual se la aceptó prestamente. ¿Cuál fue el pecado del general que encabezaba las Fuerzas Armadas de los irreductibles galos? Pues que en una exhibición realizada por un comando de élite del Ejército, con la presencia de espectadores civiles, un soldado cometió el error de usar un cargador con balas de a de veras en lugar de que fueran de salva. La pequeña equivocación provocó 17 heridos, ninguno de gravedad, por fortuna.
¿Qué tiene que ver el jefe de las Fuerzas Armadas de Francia con la estupidez, despiste o chispoteo de un soldado bien abajo en la cadena de mando, al que ni conocía, y que ejecutó su tontería mientras el jefe no se hallaba presente? Para que vean lo que es el sentido de la responsabilidad última: el soldado estaba a sus órdenes, y él tuvo que pagar las consecuencias.
Por supuesto, al leer lo hecho por el general Cuché, que pese a tener nombre de papel, mostró agallas y dignidad, me vino a la mente la reacción de Joel Ortega a la muy evitable tragedia del New’s Divine. ¿Qué fue lo primero que hizo el inefable Ortega tras la muerte de 12 personas? Afirmar que aquello no mancharía su trayectoria política, dado que él no tenía nada qué ver.
Quizá no. Pero volvemos a lo del sentido del honor y de la responsabilidad última. Ciertamente Ortega no estuvo presente en el lugar de los hechos, ni los ordenó directamente. Pero también es cierto que hay ciertas reglas no escritas… eso que se da en llamar ética: otro concepto desconocido para nuestra clase política. Y gente de esa ralea pretende gobernarnos.