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El Síndrome de Esquilo

Vicente Alfonso

Catarros y paraísos

Cuando, en 1883, una profunda crisis financiera obligó a cerrar a la bolsa de París, muchas agencias financieras debieron liquidar a sus empleados. Uno de ellos, al ser despedido, tuvo una reacción insólita: le besó las manos a su patrón, y le dijo “Gracias. Usted acaba de hacer de mí un verdadero artista”. Ese empleado, que seguramente fue tomado por loco, se llamaba Paul Gauguin. Hoy es considerado hoy uno de los principales pintores del Siglo XIX.

Me acordé de esta anécdota el jueves por la mañana, mientras veía en el noticiero al Secretario de Hacienda, Agustín Carstens, afirmar que los mexicanos sufriríamos sólo “un catarrito” como consecuencia de la desaceleración de la economía estadounidense: “Tradicionalmente cuando la economía de Estados Unidos se desaceleraba, México tenía problemas fiscales, pero ahora la situación es diferente. Estoy seguro de que no nos dará pulmonía, nos dará un catarrito”, dijo el funcionario con una sonrisa ambigua.

No se trata de recordar la anécdota del pintor francés para hacer de ella una consigna. Tampoco de alegrarnos de que el Secretario de Hacienda se dijera preocupado por el rumbo de la economía de nuestros vecinos del norte. Sólo de replantear las prioridades: el dinero es importante, y mucho, pero no es la vida. Además de las contingencias del bolsillo hay otras cuestiones fundamentales que debemos resolver con la misma o quizá más urgencia. Tal vez he estado dándole vueltas al asunto porque en las últimas semanas releí El paraíso en la otra esquina, novela donde Mario Vargas Llosa reconstruye la vida de Gauguin y de su bisabuela, la activista Flora Tristán.

Más que intentar una biografía novelada, Vargas Llosa rescata las ideas, obsesiones e inquietudes que marcaron la vida de los dos personajes. Con concepciones drásticamente distintas de la vida, Gauguin y Tristán ofrecen un contrapunto que hace inevitable que el lector mastique y mastique la pregunta que sugiere la contraportada: ¿Dónde está el paraíso? ¿En la construcción de una sociedad igualitaria o en la vuelta al mundo primitivo?

Gauguin, lo sabemos, dejó Europa para irse a vivir a Thaití, en donde desarrolló una parte importante de su obra pictórica. Atraído por la forma de vida de los nativos, murió enfermo. Flora Tristán, por el contrario, dedicó su vida a luchar por los derechos de los obreros y por reivindicar el papel de la mujer dentro de la sociedad. Y sin embargo, ambos personajes comparten mucho más que la sangre, pues demuestran una convicción envidiable que los empuja a rebasar las convenciones de sus respectivas épocas.

Desde que apareció, he escuchado comentarios muy distantes por parte de quienes leen esta novela. Quien no la tilda de genial, la tacha de insufrible. Imagino que reacciones tan distintas se deben a que, conocedor de la entraña humana, Vargas Llosa no cae en el juego de caracterizar a los obreros-buenos y a los patrones-malos-e-inhumanos. El paraíso en la otra esquina no intenta defender posturas o concepciones, sino cuestionarlas. Hay por ello, a lo largo de las casi quinientas páginas de la novela, un despiadado bombardeo a las ideas fijas. El narrador cuestiona al Estado, a los empresarios, a los obreros, a la Iglesia, al periodismo, al papel de la mujer en las sociedades, a la forma de asumir la sexualidad masculina, a la familia como institución, a los historiadores como falseadores de los hechos, al lector mismo… comentarios:

Vicente_alfonso@ yahoo.com.mx

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