¿Cuántos goles falló Maradona?
El martes que viene Carlos Fuentes cumplirá ochenta años. Ese aniversario ha sido el pretexto para abordar, en las últimas semanas, algunos de sus libros en este espacio. No se trata de quemarle incienso, ni de deshacerse en elogios vacíos que el año entrante podrían reciclarse con algún otro autor homenajeado. El reconocimiento no tiene por qué ser una coreografía de caravanas sin sentido. Se trata de leer y discutir, debatir, argumentar.
Fuentes es, sin duda, uno de los escritores más importantes y más prolíficos en el México actual. Es también uno de los más leídos. Agrupadas en un ciclo que lleva como nombre La Edad del Tiempo, novelas como La Muerte de Artemio Cruz, Terra Nostra y Aura, por citar sólo algunas, son piezas fundamentales de nuestra literatura. Además ha publicado ensayos como El Espejo Enterrado, Casa con Dos Puertas y Nuevo Tiempo Mexicano.
Así pues, el diálogo entre México y el mundo ha sido constante en una amplia obra que se extiende por los territorios de la novela, el cuento, el ensayo, el teatro y el análisis político.
Pero Fuentes, como cualquier otro escritor, no es infalible. Sería una idiotez pensar que todas las cuartillas que ha escrito son ejemplos impecables de la mejor literatura. Junto a novelas deslumbrantes y ensayos geniales encontramos experimentos fallidos, juegos que han sido malinterpretados y textos de vigencia limitada. Es natural. Los hinchas no recuerdan a Maradona por los goles que falló, sino por los que metió (a veces con la mano, pero los metió).
En estos festejos nacionales para don Carlos no celebramos una inspiración sobrehumana, celebramos la constancia de un autor que ha tomado los riesgos del oficio con disciplina, pasión y constancia.
Les extrañará a algunos que hable aquí de los riesgos del oficio. Así es: la literatura es una actividad riesgosa no sólo para quien la ejerce, también para quien se acerca a ella como lector. Si no fuera así, la Inquisición jamás hubiese vetado la lectura de novelas, ni habría aún en este siglo países en donde está prohibido publicar a ciertos autores, ni estarían amenazados de muerte escritores como Salman Rushdie o más recientemente Roberto Saviano, por exponer en su libro Gomorra los manejos de la Camorra Siciliana.
Fuentes ha cuestionado constantemente no sólo las versiones oficiales de la historia mexicana, también el ejercicio del poder, y no sólo en México (basta con leer el libro de ensayos titulado Contra Bush), en uno de los cuentos de La Frontera de Cristal escuchamos a un personaje que aconseja: “habla, nombra, exponte. Sé como el dios que nos dio la lengua. No como el dios que nos dejó mudos”.
Por eso me desconcierta leer que algunos jóvenes autores han calificado la literatura de Carlos Fuentes como inocente. Según ellos, la narrativa del autor de La Voluntad y La Fortuna ya no refleja las contradicciones del mexicano. Tales comentarios son una prueba de que quienes los lanzan ni siquiera han leído la narrativa que analizan tan sesudamente, lanzando terminajos.
Tan actual es la narrativa de Fuentes que en su primera novela, La Región Más Transparente, que escribió cuando estaba por cumplir treinta años, incluye los siguientes párrafos para definir a algunos jóvenes autores (de aquella época, pero también de esta):
“Ahora se pavonea el autor sin libros, en la vigésima edición de sus primeras veinte cuartillas: qué importa, es un genio porque es cuate, nos cae bien, es chistoso: esto es lo importante en México.
“Una mesa redonda sobre la literatura mexicana. Que si se debe hablar de los sarapes de Saltillo, que si Franz Kafka dependía del presupuesto de Wall Street, que si la literatura social no es más que el eterno triángulo entre dos stajanovistas y un tractor, que si por más mexicanos más universales, que si debemos escribir como budistas y como marcianos. Mucha receta y cero libros”.
Felicidades, don Carlos.
vicente_alfonso@yahoo.com.mx
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