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El Síndrome de Esquilo

Vicente Alfonso

Devoción de Santa Evita

Como parte de las actividades con que se celebran los ochenta años de Carlos Fuentes, se convocó a un nutrido grupo de escritores de todo el mundo a participar, la semana pasada, en un ciclo de mesas de trabajo agrupadas bajo el nombre de: “el arte de…”.

En la primera de estas mesas, que correspondió a un análisis de la narrativa actual, participó Tomás Eloy Martínez, quien además de ser narrador es un destacado periodista. Sobre la más famosa y quizá la mejor lograda de sus novelas quiero hablar en este espacio.

No es nada nuevo que, desde diciembre de 2001, Argentina atraviesa momentos espinosos, fundamentales, impregnados de una incertidumbre contagiosa. La aplicación del corralito financiero y las devaluaciones abruptas y sucesivas formaron en el pueblo gaucho una desconfianza a ultranza y una atmósfera de desamparo. Cuando el continente parecía reponerse de aquello, hemos entrado en una nueva turbulencia financiera.

En Argentina, las medidas económicas tomadas recientemente por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner han dividido nuevamente a los rioplatenses. Y compatriota de Borges es, justamente, Tomás Eloy Martínez.

Nacido en Tucumán, Argentina, es autor de Lugar Común la Muerte (1979), La Novela de Perón (1985), La Mano del Amo (1991), Santa Evita (1995), El Sueño Argentino (1999), El Vuelo de la Reina (2002) y El Cantor de Tango (2005).

Su obras han sido traducidas a siete idiomas. Es colaborador habitual de The New York Times. Dirige el Programa de Estudios Latinoamericanos de la Rutgers University, en Nueva Jersey, donde es profesor distinguido y escritor residente.

Tomás Eloy Martínez obtuvo, con El Vuelo de la Reina, el Premio Alfaguara de Novela 2002. El libro es muy bueno, con paralelismos que aparecen a lo largo de la historia y está escrito con una prosa sencilla, cuidadosa y desbordante de imágenes agradables.

Días después de leerlo, me topé otro de los títulos de Eloy Martínez: Santa Evita. Resultó una novela excelente. Formada por varios capítulos en donde se entretejen estilos diferentes, distintos puntos de vista narrativos y situaciones históricas y ficticias.

Santa Evita cuenta la historia del cadáver de Eva Perón: un proceso en el que una mujer arrastra una vida polémica hasta convertirse en una muerta perfecta. Ella, Persona, como le llaman los protagonistas para no evocarla con su nombre, encierra en su pequeño cuerpo todas las esperanzas y miedos porteños.

Con un realismo contundente que en algunos tramos recuerda a Jorge Luis Borges, Eloy Martínez expone los contrastes que Eva Perón sigue provocando al margen del Río de la Plata: lo mismo una devoción indeleble que un odio hervido a fuego lento.

Dice el refrán que en la guerra y en el amor todo se vale. El autor hace extensivo el recurso a esta novela, que de este modo toma la forma de un texto heterogéneo que a tramos avanza como guión, luego se convierte en entrevista o imprevisiblemente deriva en ensayo según las necesidades de la historia.

El capítulo nueve, “Grandezas de la Miseria” bien pudiera considerarse un cuento independiente, ambulante como las anécdotas de Evita que van y vienen todavía por las calles de Buenos Aires, por supuesto manejada con la precisión de un narrador experto.

Además de su indiscutible calidad literaria, en Santa Evita se advierte la intención de reacomodar las piezas que forman el rompecabezas cotidiano: su materia prima son las historias de la historia, las alternativas de lo que fue, un exorcismo lingüístico que se traduce en trazos firmes que apuntalan la narración.

De este modo, el lector se entera de la ortografía sin remedio de la primera dama, de los tributos sin nombre que le ofrecían al cuerpo aún en los escondites más insospechados, de las peticiones imposibles que le hacía el pueblo y de los insultos con que la bañaban sus opositores. No podía terminar de otra forma una mujer que lo mismo regalaba casas, dentaduras postizas o vestidos de novia.

En un momento del libro, el autor plantea que Evita muerta le sirvió a una niña para jugar a las muñecas, y que aún sin vida trastornaba a los hombres su desnudez frágil pero omnipotente.

Después de leer Santa Evita quedan dudas y certezas: la certeza de haber transitado por páginas memorables, imágenes luminosas organizadas en una estructura minuciosa. La duda resulta de nunca poder desentrañar cuáles pasajes realmente sucedieron y cuáles han surgido de aquellas vidas alternas que los porteños han inventado para uno de los personajes de su mitología contemporánea: Santa Evita.

www.elsindromedesquilo.blogspot.com

Vicente_alfonso@yahoo.com.mx

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