Barcos en el horizonte: los ensayos de Elisa Corona.
En el capítulo II de la segunda parte del Quijote, Sancho Panza se sorprende al saber, por boca del bachiller Sansón Carrasco, que la historia de su patrón anda circulando en forma de libro bajo el título de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Aparecen allí no sólo don Quijote, Sancho Panza y la señora Dulcinea del Toboso; también se cuentan cosas que han pasado a solas el caballero y su acompañante.
¿Cómo puede ser esto?, le pregunta el escudero a su patrón. Don Quijote, acostumbrado a ver por todas partes signos de encantamiento, responde sin dudar “Yo te aseguro, Sancho, que debe ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia, que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir”.
Don Quijote, loco genial, deduce que si su historia se ha convertido en libro debe ser por obra de algún sabio entendido en cosas de magia. Y en su locura sólo hay una disyuntiva: que el sabio autor sea amigo o enemigo de los seres que narra. Al saberse personaje y cuestionar a su autor, don Quijote da el salto a la novela moderna. Al saberse amigo o enemigo de quien lo está construyendo en el papel, el hidalgo altera el rumbo natural de la anécdota escrita, pues pone al mismo nivel a escritor y personajes. Más que una ocurrencia o una coincidencia, la frase encarna el debate múltiple que hoy nos convoca. Un debate que se mueve entre las dualidades maestro-alumno, ficción-verdad, forma-fondo, tradición-vanguardia.
Al escribir Amigo o enemigo: el debate literario en Foe, de J.M Coetzee, Elisa Corona Aguilar (Ciudad de México, 1981) nos coloca en el centro de estas reflexiones como si se tratase de un juego de espejos. Para lograrlo dialoga con Foe, novela del premio Nobel sudafricano J. M. Coetzee. Éste, a su vez, establece puentes con la que es considerada la primera novela inglesa: Robinson Crusoe. Publicada en 1719 por Daniel Defoe, la novela narra las aventuras de un náufrago que permanece 28 años en una isla desierta acompañado sólo por Viernes, un nativo que el náufrago rescata de los caníbales.
“La literatura es rica en la medida en que es interpretable”, escribe Elisa Corona en la página 64 de su ensayo. Esa, la libertad para interpretar, es de las mayores virtudes de este libro. Si bien es cierto que sin duda invita a leer Foe, hay que señalar que la lectura de la novela de Coetzee no resulta indispensable. No se trata de una disección académica, tampoco de un manual para leer un autor de moda. Dispuesto en siete textos, el libro es una invitación a meterse de lleno en ese tironeo entre vanguardia y tradición que hace avanzar la literatura.
En Foe, Coetzee nos presenta su versión de lo que puede ocurrir en un naufragio. Si la isla desierta de Crusoe (el náufrago de Defoe) es una tierra pródiga en donde sólo hay que extender la mano para tomar los frutos, la isla de Cruso (el náufrago de Coetzee) es un territorio hostil lleno de espinas e insectos. Es cierto que ambos –Cruso y Crusoe– dedican gran parte de su tiempo a escudriñar el horizonte, pero lo hacen por razones muy distintas. Así como hay de islas a islas, hay también de libros a libros: con prosa ágil y concisa, pero a la vez sembrada de enigmas, la ganadora del Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos detona en el lector muchas más reflexiones que las que se obtendrían ocultando las mismas ideas bajo un lenguaje agreste que lograse sólo comunicarnos dos o tres raquíticas certezas.
En la página 82 del libro dice: “Foe es una novela, no un ensayo; en esto radica su efectividad”. Ahora bien, Amigo o enemigo es un ensayo, no una novela: de allí que nos permita participar en el debate desde una posición privilegiada. Echaré mano de la imagen con la que cierra el cuento leído por Coetzee durante la ceremonia de aceptación del Premio Nobel en 2003: los artistas de diferentes épocas no se encuentran jamás, apenas se ven pasar como si fuesen marinos trabajando en barcos que navegan hacia rumbos distintos uno hacia el oeste, otro hacia el este. Las naves se acercan, pero pasan de largo, demasiado ocupados para decir adiós.
Y sin embargo, me pregunto si a pesar del temporal podemos descartar que cerca de allí, quizá en una isla, alguien esté escudriñando el horizonte tal como con este libro lo ha hecho Elisa; alguien atento a seguir el movimiento de los barcos. Alguien que se pregunte, cada vez que un mástil punza el horizonte, si trata de un amigo o un enemigo.
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