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El sueño mexicano, pesadilla de guatemaltecos

La Casa Roja, del INM, tiene un padrón de finqueros, pero no de las personas que solicitan apoyo. (El Universal)

La Casa Roja, del INM, tiene un padrón de finqueros, pero no de las personas que solicitan apoyo. (El Universal)

El universal

El trayecto dura de dos a tres días. Y es un recorrido de pobreza y miseria por brechas de adobe y curvas sinuosas —literalmente asesinas— rumbo a la supervivencia.

De Chichal, Comitancillo, Concepción, Turilen, Chicajalaj, de alguna de las más de 100 comunidades de indígenas mam del Sur Occidente guatemalteco, salen por centenares los brazos que alimentan el trabajo casi esclavo de las fincas de Chiapas.

Como cabezas de ganado, abultados en camiones, toman camino al norte en busca del sueño mexicano, que no es otra cosa sino una pesadilla necesaria.

“La finca es por decir así la sustención (sic) de la vida” dice Aparicio López, un hombre de 75 años cuya vida se desarrolló entre los cafetales mexicanos y la desolación guatemalteca.

E insiste, “sólo alcanza para comprar un poco de maíz, para sostenerse y nada más”.

Una mirada a la redonda y sobran las explicaciones. A Chichal, su aldea, no ha llegado el desarrollo.

Aparicio y su mujer, Bernardina, habitan una casita de adobe con suelo de tierra, como todas las demás.

“Este terreno es lo único que dejó la finca”, confiesa ella.

Desde hace siete años no van al corte de café.

Ya no quieren —“ya sacamos nuestros hijos adelante” justifica Aparicio— y ya no pueden.

Su edad no les permite cumplir con las exigencias de la finca: jornadas de Sol a Sol con caminatas de hasta dos horas cargando cien kilos de café al lomo.

Eso sí, Bernardina reconoce que “ya no hay mucho que comer” mientras lanza unos cuantos granos de maíz a su gallina.

“Estamos pasándola mientras que viene la muerte” agrega.

Todo sigue igual

Chichal, una de las aldeas más cercanas a Comitancillo, en el departamento de San Marcos y donde cientos de jornaleros agrícolas de distintas aldeas se reúnen cada martes en espera de ser reclutados por algún enganchador, no ha cambiado mucho, producto de la migración.

Todo está como hace 30 o 40 años atrás, con la única excepción de que servicios como el agua y la electricidad tocaron base en, ésas, las comunidades más pobres de Guatemala según mediciones de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y del Banco Mundial.

En el país centroamericano uno de cada dos es pobre, pero en los departamentos de San Marcos y Huehuetenango, de donde son los trabajadores agrícolas que migran a México, ocho de cada 10 está en la miseria.

Las construcciones de concreto son una rareza.

Ahí, y en casi todas las aldeas de la zona, la constante es el desamparo.

Las casas quedan deshabitadas y literalmente clausuradas con candados oxidados durante la temporada del corte de café, que es de septiembre a marzo.

Todos los hombres, mujeres y niños toman la ruta de la supervivencia hacia México o, de perdida, hacia las fincas guatemaltecas, donde las condiciones de trabajo son aún más adversas y abusivas que las del lado mexicano.

En estas últimas, no se hay tiempos de comida —aunque se trate de puro frijol— que ofrecen los patrones mexicanos, por lo que después de la “pisca” los jornaleros tienen que volver al monte, acarrear leña y cocinar.

“Las familias que no se arriesgan a ir allá, viven una vida en extrema pobreza” remata Fortino Ramírez, residente de Chicajalaj, quien dice haber terminado la escuela gracias al trabajo en los cafetales.

Y pobreza implica no comer.

“Vas porque tienes la necesidad, aunque no quieras. Así es la vida, aunque te dan comida como caiga, con gusanos ahí metidos. Nos aguantamos por necesidad”, expone Coperno López, un jornalero que apenas regresó de la Finca Maravillas, ubicada en Tapachula, Chiapas, a fin cosechar su milpa —como hace la mayoría— antes de volverse a contratar de nueva cuenta.

Las historias

Los relatos de los jornaleros del campo se reproducen como calca en cada una de las comunidades expulsoras de mano de obra guatemalteca a México y donde 70% de la población padece de desnutrición aguda según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU.

“A veces el maíz ya no alcanza, a veces los niños ya no tienen para estudio, a veces uno se queda sin dinero y a veces ya no tienen ropita, ni zapatos, ni que vestir y mejor sale uno a la finca” explica como puede, casi sin respirar, Felipa López, una mujer de no más de 25 años, pero madre de cuatro pequeños, y cuya carencia de todo parece sofocarla.

Vive en un terrenito heredado, junto a su hermano, y sobrevive de la confección de fajas bordadas, mientras espera que pasen 40 días —lo que dura el contrato de su marido en la finca— para salir, ahora sí junto a toda la familia, rumbo a otro cafetal de la zona de Huixtla en Chiapas.

“Aunque uno quisiera ir solo, mucho nos obliga de ir con la mujer e hijos para sacar dinero”, explica su hermano César.

Ni Felipa ni él fueron a la escuela porque desde niños sus padres los llevaron a los cafetales.

Así que como puede, Felipa, esboza la vida del jornalero guatemalteco.

Describe algo así como un maleficio, un predestino.

“Nunca vamos a salir de la pobreza”, suelta impotente.

“Mi esposo y yo tenemos que hacer lo posible para lograr que mis hijos no sean igual que yo, que cambien sus vidas para que no sigan en la finca”, expresa.

Pero va perdiendo. Ninguno de sus niños habla español, lee o escribe. Hasta ahora su escuela ha sido la explotación de café en México.

Indagan abusos

-La CNDH investiga abusos en contra de jornaleros guatemaltecos en fincas cafetaleras de Chiapas que

pueden configurar el delito de trata de personas.

-El organismo inició una queja por las presuntas violaciones a los derechos humanos de jornaleros,

sometidos a condiciones de explotación laboral y a precarias condiciones de vida.

-La CNDH hizo un llamado a las autoridades para que emprendan acciones para resolver el asunto.

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