Mucha gente se muestra ambigua con respecto a la intervención de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán. Por un lado, sobra quien repudie la presencia de tropas extranjeras en ese pobre país, siete años después de la caída del régimen Talibán. Por otro, la perspectiva de una posible restauración Talibán, el que los estudiantes islámicos vuelvan a tomar el poder, le manda un escalofrío por el espinazo de esa misma gente.
Y es que todo el mundo recuerda el fanatismo, los abusos, la destrucción de monumentos antiguos durante el Gobierno de los Talibán. Y quizá, sobre todo, el trato que se les daba a las mujeres. Las cuales no podían trabajar ni salir a la calle sin ir acompañadas de un familiar masculino. Por supuesto no podían votar ni ocupar puestos públicos… no que los Talibán fueran activos partidarios de la democracia. Las mujeres afganas no podían mostrar nada de su piel, ni hacer ruido al caminar, porque podían suscitar la lujuria de los hombres... Sin comentarios.
Por supuesto, la discriminación y marginación radicales de las mujeres eran apoyadas, según esos fanáticos, por las leyes sagradas del Islam. Así que no había nada qué discutir. Así son las cosas, así está escrito, y el género femenino no tiene mucho para dónde hacerse.
Lo peor es que el maltrato a las mujeres no es patrimonio de los Talibán. Y el ver a las niñas como simples objetos inservibles, parece ser un sentimiento muy arraigado en diversas sociedades del Oriente Medio. Para muestra, dos botones recientes.
En un par de semanas, una Corte saudita dará su veredicto en relación a la demanda de divorcio interpuesta por la madre de una niña de ocho años, a quien su padre había casado con un hombre de más de cincuenta. La Ley saudita no prohíbe ese tipo de matrimonios; pero como el padre no notificó a la madre (y menos a la niña), hay motivos para la apelación. Que una criatura que no ha alcanzado la pubertad sea literalmente vendida a un cincuentón, en Occidente se llama perversión. Pero como ésa es la costumbre centenaria (costumbre medieval, por eso es centenaria), en Arabia Saudita puede ser cosa rutinaria. ¿Qué valor se le da a la mujer, si puede ser vendida en una transacción comercial contra natura?
En otro incidente, en Irak, una niña de trece años, equipada con un cinturón de explosivos, decidió no inmolarse y se entregó a la Policía. La niña había sido preparada por una organización radical para ser bombardera suicida. Pero a la hora de los trancazos, le ganó el miedo, el asco, o la simple esperanza de llevar una vida normal, como un ser humano normal.
Quien usa niñas para volar a otras personas no evidencia su devoción religiosa. Sino su desprecio por el género femenino, la poca estima que le tiene a la vida, y lo poco que vale como persona. Y cada vez parece haber más de ésos.