Fue la excusa ideal porque evadían los temas espinosos culpando a Andrés Manuel López Obrador. Ahora que se pospuso la reforma energética abordemos asuntos que se relacionan; entre ellos, la actitud hacia los extranjeros y el complejo de inferioridad de nuestros gobernantes frente a Estados Unidos.
Cuando en México se dice “privatizaciones” brinca a la memoria aquel “chupacabras” que simbolizara la corrupción desenfrenada del sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Si desconocemos la magnitud del saqueo es porque Vicente Fox –el presidente de lengua larga e ideas cortas— se rehusó a crear la Comisión de la Verdad que tenía entre sus objetivos aclarar los grandes casos de corrupción.
Pero el centro de gravedad de esta columna es la tortuosa actitud mexicana hacia los extranjeros. ¿Qué lugar tienen y queremos darles en nuestro proyecto de país? En el origen está un historial de agresiones que luego fue manipulado por gobiernos priistas que denunciaban a los estadounidenses en el discurso, para luego acordar en la penumbra tratos ofensivos para el interés nacional. A partir de 1990 entramos en un limbo porque Carlos Salinas dio un manotazo al mito nacionalista y, aprovechándose de una clase política sin orgullo ni proyecto, negoció un tratado de libre comercio que cambió la historia.
Han pasado 14 años desde la entrada en vigor del TLCAN y el comercio con Estados Unidos se ha multiplicado y nuestra economía se ha modificado trayendo riquezas a un sector de la población y la inversión extranjera sigue llegando. En el mismo periodo, diez millones de mexicanos se fueron a vivir a Estados Unidos y creció el crimen organizado y seguimos siendo un país de pobres. También persiste la desconfianza hacia los extranjeros y el resentimiento hacia los Estados Unidos.
El Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública (CESOP) de la Cámara de Diputados publicó, en febrero de este año, un útil estudio sobre “La opinión ciudadana en temas nacionales”. México sigue desconfiando de los forasteros. El 50 por ciento piensa que representan una amenaza para nuestras costumbres y tradiciones, el 82 califica de agresión la construcción del muro fronterizo y el 93 considera injusto el trato que Estados Unidos da a nuestros migrantes.
Según esta misma encuesta el 57 por ciento de la población pensaba en diciembre de 2007 que el Gobierno Mexicano no había hecho lo suficiente para lograr el acuerdo migratorio que corregiría el maltrato hacia nuestros paisanos.
Quisiera, en este punto, subrayar que estas opiniones anteceden al debate actual sobre la reforma energética. Es lógico que así sea. Si las privatizaciones no han traído beneficios a mayorías que las asocian con la llegada de extranjeros y creen que el Gobierno no defiende los intereses nacionales frente a Estados Unidos, es natural que la mitad de la población disintiera de la propuesta oficial de reforma energética. Sigue entonces que las estrategias de López Obrador no crearon la realidad; se montaron sobre ella.
El éxito del líder opositor se explica porque el Gobierno Federal optó por negociar con el PRI y con las empresas nacionales y extranjeras sin tomar en cuenta a la sociedad. En esta ocasión les falló una estrategia que tiene como corolario la actitud de sometimiento frente a Estados Unidos. Lo explico con un concepto antropológico. En algunas regiones de ese país se usa el término de “Tío Taco” (equivalente al “Tío Tom” afroamericano) para describir a aquellos mexicano-americanos que incorporaron la manera de pensar y actuar estadounidense.
En las vertientes de la relación bilateral se encuentran diferentes manifestaciones del “Tío Taco”. La migración mexicana, por ejemplo, siempre ha sido tratada por Estados Unidos como un asunto interno acerca y no les interesa saber lo que pensamos o deseamos. En los últimos dos siglos han hecho lo que les viene en gana y nuestro Instituto Nacional de Migración es como el lacayo menospreciado por su sumisión e ineficacia. Ni ellos, ni la Cancillería, han tenido la capacidad o la voluntad para hacerse escuchar por los vecinos.
Tienen tan interiorizado el síndrome del “Tío Taco” que desaprovechan cartas de negociación tan interesantes como la multitud de estadounidenses que viven de ilegales en México. De acuerdo a Migración mexicana, entre 1995 y 2004 sólo obtuvieron papeles de inmigrantes 2,650 estadounidenses. Según el Departamento de Estado norteamericano había en el país un millón 36 mil viviendo en México. Me consta que el Gobierno Federal ni siquiera tiene conciencia de esta realidad que podría servir como palanca de presión.
No estoy sugiriendo una deportación masiva de estadounidenses sino el aprovechamiento de ése y otros aspectos de la relación para defender nuestros intereses aprovechando sus elecciones presidenciales. Los tres aspirantes coinciden en modificar la arrogancia y el unilateralismo de la política exterior de George W. Bush. El aspirante republicano, John MacCain, declaró hace poco que “nuestro gran poder no significa que podamos hacer lo que queramos y donde queramos… trataremos de convencer a nuestros amigos de que estamos en lo cierto. Pero, a cambio, nosotros tenemos que estar dispuestos a dejarnos persuadir por ellos”. Es un momento para recordarles que el bienestar de Estados Unidos depende de nosotros. Pero eso requiere de una visión fresca y una claridad sobre la relación que deseamos tener con los extranjeros.
Y el Gobierno tiene un déficit de frescura, vigor y compromiso con las mayorías. Por eso y por mucho más es que provocan tanto escepticismo los planes energéticos de Felipe Calderón.
Por eso es que López Obrador se convirtió en el mensajero que logró ganar tiempo para que discutamos la reforma energética y asuntos tan importantes como el papel de los extranjeros en nuestro futuro.
La miscelánea
Frescura y compromiso marcaron la vida de Carlos Núñez, un líder social recientemente fallecido. En los sesenta dejó su promisoria carrera de arquitecto para dedicar su vida a defender y educar a los desposeídos. Estaba tan dispuesto a renovar su pensamiento que su experiencia como diputado externo por el PRD lo llevó a ser un precursor de la ética en la política. Tuvo una espléndida vida privada. Se rodeó de amigos, formó una pareja excepcional con Graciela Bustillos (fallecida en 1992) y educó a tres hijos exitosos: Juan Carlos, Marissa y Marimar. Lo vamos a extrañar.
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